El Almirante Juan Rodriguez Garat, r. asociado de AEME, publica en EL DEBATE, el siguiente analisis militar de la posible «paz» en Ucrania.
Ucrania: aún no ha llegado la paz, pero ya se ha pagado el precio
Trump, desde luego, ha tirado por tierra el plan de Zelenski, que no perseguía otra cosa que la retirada del Ejército ruso de tierras ucranianas. Una retirada que había sido respaldada por 141 naciones en la Asamblea General de la ONU
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Trump y PutinL
Dicen que la alegría va por barrios. Debe de ser verdad. Mientras las páginas de los periódicos europeos se llenan de lamentos por lo que muchos —y yo entre ellos— consideramos una traición de Trump a los principios por los que cientos de miles de norteamericanos regaron el mundo con su sangre, el rusoplanismo estará de fiesta.
Bien es cierto que el movimiento rusoplanista es amplio y diverso. Quienes ven el mundo militar con los ojos del Sputnik quizá se lamenten de que, si las negociaciones de paz finalizan con éxito, se le arrebate al Ejército ruso la oportunidad de resarcirse de anteriores fracasos y demostrar su verdadera valía justo ahora que está llegando a los suburbios de Pokrovsk. Sin embargo, correrán unidos el vodka el bourbon en la más nutrida de las facciones del rusoplanismo español: la de quienes compaginan su admiración a Putin con un trumpismo que, por ir más allá del propio Trump, convierte a sus seguidores en «trumpérrimos». Y entiendo su alegría: el acuerdo entre sus dos más admirados adalides les exime de tener que elegir entre papá y mamá.
Por ahora, ni siquiera se ha puesto un plan de paz concreto sobre la mesa
Hay algo, sin embargo, que debiera unir a los europeístas y a los trumpérrimos, a los defensores de la agredida Ucrania y a los rusoplanistas de buena fe: la causa de la paz. Si de lo que se trata es de evitar el derramamiento de sangre, hasta es posible hacer la vista gorda a abusos —la guerra, justa o injusta, no deja de ser una aplicación de la ley del más fuerte— siempre que las condiciones de la paz no conviertan las vidas salvadas en un castigo peor que la muerte.
Una paz justa
¿Celebramos entonces, todos juntos, el acuerdo de Trump y Putin para comenzar negociaciones de paz, aunque dejen de lado a la Unión Europea y, por el momento, a la propia Ucrania? Quizá llegue el momento de hacerlo, pero aún queda un largo camino para que lleguemos a ese punto. Por ahora, ni siquiera se ha puesto un plan de paz concreto sobre la mesa.
Trump, desde luego, ha tirado por tierra el plan de Zelenski, que no perseguía otra cosa que la retirada del Ejército ruso de tierras ucranianas. Una retirada que había sido respaldada por 141 naciones en la Asamblea General de la ONU, es verdad que con algunas abstenciones notorias –las de China y la India– pero con solo cinco votos en contra: Bielorrusia, Siria, Corea del Norte, Eritrea y, como es lógico, la propia Rusia. Quizá, si se votara hoy, en esta ominosa lista de cinco países en favor de la agresión, Siria habría sido reemplazada por los EE.UU. de Trump.
El plan de Putin
Descartado el de Zelenski, ¿qué otro plan de paz hay sobre la mesa? Olvidado la propuesta de Xi —en la práctica, un mero alto el fuego sin contemplar los problemas de fondo— solo queda el de Putin. Un plan reiteradamente explicitado y que no puede ser más simple: el logro de todos y cada uno de los objetivos de la «operación militar especial» por la vía diplomática en lugar de la militar. Solo hace cuatro días el ministro Lavrov confirmó a bombo y platillo el carácter sagrado de estos objetivos, que Putin prometió alcanzar por las buenas o por las malas.
Dice Trump, con esa ingenuidad que tanto atrae a sus seguidores, que Putin le ha asegurado que quiere la paz y que no se lo habría dicho si no fuera verdad. Veamos pues, por orden de antigüedad en su exposición, lo que entiende Putin por una paz justa.
• Cesión formal de la península de Crimea por el régimen de Kiev, requisito previo al reconocimiento internacional de la anexión.
• «Liberación» del Donbás y reconocimiento internacional de la incorporación de sus dos regiones —Lugansk y Donetsk— a la Federación Rusa.
• Aceptación por la comunidad internacional de las «realidades sobre el terreno», lo que implica reconocer que cada contendiente se queda con lo que ha ganado en la guerra… a menos que haya sido Ucrania, que no solo debe devolver el territorio ocupado en Kursk sino ceder sin lucha las grandes ciudades que ocupa en el Donbás y la mitad de Zaporiyia y Jersón, incluidas sus capitales.
• Indefensión futura de Ucrania, resultado de la desmilitarización y de la prohibición de entrar en la OTAN… cláusula esta última innecesaria, porque Kiev nunca lograría la unanimidad necesaria para integrarse en la Alianza.
• «Desnazificación» de Ucrania, lo que implica la sustitución de Zelenski por un líder elegido por Putin, capaz de reintegrar a los hijos pródigos ucranianos a la órbita de Moscú.
• Fin de las sanciones económicas y comerciales.
• Creación de un nuevo orden mundial, que le devuelva a Rusia el estatus de gran potencia.
A Putin le encantaría que Zelenski se cayera por una ventana
Por si todo esto fuera poco, queda el asunto de las venganzas personales. Algunas de ellas —a Putin le encantaría que Zelenski se cayera por una ventana o que, como Prigozhin, se emborrachara y jugara con granadas para matar el tiempo durante algún vuelo sobre territorio ruso— quedarán fuera de las negociaciones de paz. Pero otras no. Mientras escribo esto publica el Izvestia una noticia que no da lugar a interpretaciones: «Zakharova —la portavoz del ministerio de asuntos exteriores ruso— afirmó que los crímenes cometidos por Kiev en la región de Kursk no prescriben».
El cascabel y el gato
Es obvio que, con o sin ayuda americana —conviene recordar lo que resistió Bosnia a Milosevic, no solo sin ayuda, sino sometida a un embargo de armas— Zelenski preferirá continuar la guerra a entregar a Putin su país y su vida.
Trump, por su parte, ya ha cedido casi todas sus bazas —al menos las específicamente militares— a cambio de la misma promesa que Putin hizo en su día a Scholz y a Macron, la de que él desea la paz. Conociendo al dictador ruso, no hace falta añadir que no a cualquier precio.
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Captura de pantalla del Izvestia
Es cierto que el vicepresidente norteamericano ha «matizado» —conviene ser amable con nuestros aliados y llamar matización a lo que supone un giro de 180 grados— las poco meditadas palabras de Trump. Pero las últimas declaraciones de Vance —un político joven que, como Marco Rubio, nos permite albergar algunas esperanzas de que, como se llegó a decir en el primer mandato del republicano «haya adultos en la habitación»— llegan demasiado tarde. Nadie creerá ahora que Washington no haya descartado el uso de la fuerza para hacer entrar en razón a Putin. No quisiera repetirme, pero, como publiqué hace unos pocos días, en el juego de la disuasión las vacilaciones dan esperanzas al enemigo y le invitan a arriesgarse en sus apuestas.
Así pues, a Trump no le quedan más herramientas que la complicidad amistosa y las posibles sanciones económicas adicionales para tratar de convencer al dictador ruso de que se deje poner ese cascabel que, a cambio de Kursk y del territorio que ya posee en Ucrania —pero no de más, y ahí estará el problema— dé seguridad a los ratones ucranianos. ¿Será suficiente? Si fuera así, tendré que aceptar como cierta esa capacidad negociadora que los trumpérrimos aseguran que tiene su infalible líder. Pero, personalmente, no le daría ni siquiera el 50 % de posibilidades de éxito.
El mal ya está hecho
¿Por qué habría de ceder Putin si la llamada de Trump le ha dado ya una ventaja que podría ser decisiva? La captura de pantalla del periódico más leído de Rusia, el para mí impronunciable Komsomólskaya Pravda, muestra cómo se ve hoy la guerra desde allí. Ante el olor de la próxima victoria, es probable que la cifra de alistamientos, que había caído en la región de Moscú hasta una quinta parte de lo que llegó a ser, vuelva a crecer. En Ucrania, la perspectiva será justo la opuesta: muchos perderán la fe en la victoria, una munición imprescindible para cualquier ejército en combate.
A cambio de una vaga promesa de paz, las conversaciones entre Trump y Putin han logrado dar una ventaja importante al agresor
Así pues, a cambio de una vaga promesa de paz, las conversaciones entre Trump y Putin han logrado dar una ventaja importante al agresor en la guerra de Ucrania. Y ojalá fuera solo eso, porque hay además otras víctimas colaterales.
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Captura de pantalla del Komsomólskaya Pravda
En los 90 minutos de su conversación con Putin, Trump ha logrado asestar a la Alianza Atlántica el golpe más duro desde su creación. Las declaraciones posteriores del secretario Hegseth en favor de la OTAN —poco imaginativa su propuesta de hacer la Alianza grande de nuevo— suponen apenas una tirita para curar la herida infligida por la desconfianza de su jefe.
Lo peor de lo ocurrido es que deja fuera de juego a quienes, en ambos hemisferios, apostábamos por un mundo basado en reglas
También acusará la herida una Unión Europa que quizá se lo merezca. Pero quizá lo peor de lo ocurrido es que deja fuera de juego a quienes, en ambos hemisferios, apostábamos por un mundo basado en reglas. A los españoles lo de Groenlandia nos parece una broma, pero —y entienda el lector que estoy escribiendo ciencia ficción— ¿qué pasaría ahora si Trump decide «comprar» el apoyo de Marruecos a su plan para Gaza con la «cesión» de Ceuta y Melilla?
No, no es un buen día para mí. Personalmente, solo encuentro consuelo en un conocido dicho de mi tierra gallega: «Nunca llovió que no escampara».
https://www.eldebate.com/internacional/20250215/ucrania-aun-no-llegado-paz-pagado-precio_270403.html