LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA. C.N.,r Blanco Nuñez

En el marco del Programa de Actualizacion de Asociados, AEME PAA 1S 25, se publica este trabajo de nuestro asociado Jose Maria Blanco Núñez, Capitan de Navío r, Correspondiente de las academias Real de la Historia y Real de la Mar.

 

LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA

 

Antecedentes

 

La grave crisis dinástica desencadenada a la muerte de Fernando VII (29.09 1833) condujo a la Primera Guerra Carlista (1833-1839). El “Deseado”, que había subido el Trono español en 1813, falleció sin dejar heredero varón, lo que originó la disputa por el Trono.
Carlos María Isidro, hermano del rey, era el varón de mejor derecho pretendiente al trono, si se aceptaba que la sucesión de Isabel era ilegal. Su segunda esposa, Maria Teresa de Braganza y Borbón, duquesa de Beira (ex – heredera de la Corona de Portugal, y hermana mayor de Mª Francisca, su primera esposa) que disponía de capital proveniente del Brasil, apoyará firme y financieramente su causa.

 

Carlos Mª Isidro se autoproclamó rey con el nombre de Carlos V, lo que desembocó en conflicto armado entre carlistas y cristinos, más tarde isabelinos.
El teatro de la guerra estuvo, principalmente, en el norte de España, Vascongades, Navarra, Aragón y Cataluña, aunque los carlistas rondaron las puertas de Madrid en el verano de 1837; la guerra fue dura, las guerrillas carlistas hicieron mucho daño al, en principio, desorganizado ejército cristino, que fue dominando el terreno gracias al apoyo exterior y al bloqueo marítimo de las costas de los insurgentes.

La guerra terminó, en 1839, con la firma del Convenio de Oñate (conocido como el “abrazo de Vergara”) firmado entre los generales Espartero y Maroto, que reconoció la victoria cristina y consolidó en el trono a Isabel II. Sin embargo, la causa carlista continuó latente, desde su Corte, exilada en Trieste, se alentaba a los vencidos, se reclutaban nuevas fuerzas y, a la postre, desencadenaron la segunda y la tercera guerra, que también perdieron.

Durante las tres guerras los motes o apelativos con que se designaron a ambos bandos fueron los siguientes:
– Los partidarios de la reina Isabel II: cristinos, isabelinos, liberales, gachupines, progresistas, constitucionales (por la de 19.03. 1812: “La Pepa”) y rojos (no confundir con los que se autodenominaron así tras la revolución rusa de octubre de 1917).
– Los que apoyaban la causa de Carlos V y la de sus sucesores: carlistas, carcundas, legitimistas, requetés, cruzados, verdes, fueristas o absolutistas.

Hasta el estallido de la segunda guerra, hubo varias revueltas sofocadas con más o menos rapidez y dureza. En el Maestrazgo, feudo legendario del general carlista Ramón Cabrera, el jefe de partida Tomás Peñarrocha (a. “El Groc del Forcall”) se levantó en armas en 1841 y en 1843; otro de esos jefes, llamado Serrador, lo hizo en 1844, ambos fueron aplastados por las tropas del general Villalonga.
En 18.05.1845, descorazonado y arruinado en su exilio triestino, Carlos V, que durante los siete años de la primera guerra jamás había pisado el campo de batalla, abdicó en favor de su hijo Carlos Luis María Fernando, conde de Montemolin, que pretendió ser Carlos VI. El fallecimiento de su madre, María Francisca (04.09.1834), le convirtió en hijastro de su tía, la comentada princesa de Beira. El nuevo pretendiente quiso, entre otras cosas animado por su primo Francisco de Borbón (después consorte de Isabel II, el inefable “Paquito Natillas”), arreglar el problema por vía nupcial, esposándose con esa su primita Isabel, pero el Gobierno liberal de Madrid y su “aliado”, el francés, lo impidieron e idénticas causas que en la anterior y cierta fobia campesina a la naciente industrialización, empujaron de nuevo a las armas.

La guerra de los “matiners” (madrugadores), IIª carlista, o campaña “montemolinista” (septiembre de 1846 – mayo de 1849)

El reino de España adolecía de inestabilidad, el poder de los sucesivos gobiernos de Madrid no lograba extenderse a todo su territorio; mientras los carlistas seguían empeñados en entronizar un rey que preservase sus fueros (“Dios, Patria, Fueros, Rey”). Las mencionadas causas seguían abonando el terreno para conseguirlo por las armas, además, desde los pulpitos pueblerinos (las capitales siempre fueron liberales) se predicaba una especie de “guerra santa”.
Esta segunda carlista, tan civil como la anterior, no fue ni tan larga ni tan cruel como la primera, la principal diferencia con la anterior estribó en la conjunción “anti-conservadora”, en la cual formaron tanto los carlistas como los recién aparecidos “republicanos”, cuestión inducida por la Revolución del 24.02.1848 en Francia, la que destronó a Luis Felipe de Orleans y dio paso a la IIª República, lo cual precipitó la creación de partidas progresistas e incluso republicanas, con extrañas alianzas de triste resultado en Cataluña.

Montemolin, ante la falta de apoyo francés, había cambiado su residencia a Londres. Los gobiernos de Madrid, por su parte, comenzaron una especie de “carrera de relevos” en la Capitanía General de Cataluña, buscando eficacia militar y política, sucediéndose en ella los grandes generales héroes y triunfadores de la guerra anterior, casi todos “metidos en política”, de tal manera que entre 1845 y 1849, ejercerán allí el mando, directa y sucesivamente, los generales Manuel Gutierrez de la Concha; Manuel Bretón del Río; Manuel Pavía y Lacy; por 2ª vez Concha hasta que (11-1847) fue a mandar la exitosa expedición a Oporto; por 2ª vez Pavía, I marqués de Novaliches; Fernández de Córdova (SIC), II marqués de Mendigorría, que en 1849 mandará la expedición a Gaeta en apoyo de Pío IX; por 3ª vez Concha, ya flamante I marqués del Duero; y, tras la paz, Ramón de la Rocha.

 

General D. Manuel Gutierrez de la Concha, I m. del Duero (Wikipedia-dominio libre)

Casi todos ellos intentaron, previa o simultáneamente a la acción militar, la negociación con carlistas y republicanos, ofreciendo indultos e incluso permitiéndoles continuar carrera en el Ejército isabelino a sus oficiales (en las Sonatas de Valle Inclán, tenemos buen ejemplo).
Comienza la IIª guerra

Un cura guerrillero y sangriento, Benito Tristany y Freixas (conocido como “mosén Benet”, tío del jefe carlista Rafael Tristany, del cual hablaremos más adelante), destacado por su fanatismo y crueldad en la Iª guerra carlista, durante la cual fue nombrado mariscal de campo por Carlos V, fue quien empezó la segunda guerra en suelo catalán.

El mosén, comenzó a reclutar gente en 1846, ocupó Guisona (Lérida) de donde marchó a Vicfred y Calaf (ambas de Lérida) y, enseguida, a Tarrasa (Barcelona); sorprendido por el coronel Manzano, abandonó esta última y, poco después, en Sampedor y en Suria (ambas de Barcelona), se vio obligado a dividir sus fuerzas. Perseguido por la columna del coronel Baxeras, fue hecho prisionero cerca de su pueblo (Ardévol, Lérida) y conducido a Solsona donde lo fusilaron (17.05.1847); al mismo tiempo, fue también preso su compañero Bartolomé Porredón (a. Ros de Eroles), el cual fue sorprendido en su cama enfermo y muerto a bayonetazos. Empezaban pintando bastos para los carlistas, el general Pavía no quiso, o no pudo, echar toda la carne en el asador, a pesar de disponer de fuerzas muy superiores. Las facciones republicanas y carlistas continuaron hostigando pueblos y robando cajas municipales, sus principales cabecillas eran “el Tintoret de Igualada” y el “Tuerto de la Ratera”.
Simultáneamente, fomentados desde Londres por Montemolin, se levantaban pequeñas partidas en Ávila, Toledo, Burgos, León y Galicia, mandadas por “generales” con los sugerentes nombres de Chaleco, Estudiante de Villasur, el Cura de Atapuerca, el Ebanista… que fueron fácilmente batidos, arrestados y, en muchos casos, indultados por el Gobierno central. Esos fracasos circunscribieron la guerra a Cataluña, donde los combatientes carlistas se habían adelantado, de ahí lo de “matiners”.
Un año crucial, 1748

Tres días antes de la comentada instauración de la IIª República francesa, una partida de 400 hombre, al mando del comandante Miguel Vila (a. “Caletrus”) y de los cabecillas Josep Borges (“a. Borgetes”) y Juan Castell (a. “Gravat d’Àger”), tomó por sorpresa Igualada, causó bajas en la guarnición, asesinó a varias personas y se retiró con prisioneros. La guerra, que parecía extinguida, se recrudecía. Este nuevo aldabonazo, espoleó a los montemolinistas, que consiguieron la incorporación de nuevas partidas, como la de José Margoret, el cual lanzó una encendida proclama (01.04.48) denostando a la reina y ensalzando a Carlos VI. Curiosamente, al día siguiente de la anterior, se difundió otra republicana en la provincia de Gerona, lanzada por Francisco Ballera, los diagnósticos de ambas eran muy parecidos, pero diferían en el modo de curar la enfermedad isabelina que, según ellos, se padecía.
De cualquier forma, a pesar de estar apoyados los republicanos por el infante D. Enrique de Borbón (grado 33 en la masonería y vicealmirante de la Armada, muerto en duelo (12.03.1870) con su pariente el duque de Montpensier, cuando ambos duelistas soñaban con el Trono de España) su fuerza fue escasísima, mientras que la de los fieles a Carlos VI comenzaba a engrosarse apreciablemente.
En la primavera de ese año, la presión de Montemolin desde Londres consiguió el levantamiento, en Guipúzcoa, del coronel carlista Joaquín Julián Alzáa; las tropas del coronel Salvador Damato Mauri, que mandaba el Regimiento de la Reina, lo hicieron prisionero y fue fusilado (03.07.48) sin formación de causa, Damato, por ello, fue ascendido a brigadier.

En Navarra ocurrió otro tanto, se levantaron unos mil hombres, partidas de Zabaleta, Ripalda y Zurbiri, pero fueron desbaratados por las tropas del general Juan de Villalonga. Tuvieron que internarse en Francia, unos 400, o acogerse al indulto, unos 200, o simplemente, regresar a sus casas, el resto.

En Extremadura el general carlista Mariano Peco, que había entrado desde Portugal, será batido y encarcelado en Madrid. En Andalucía los montemolinistas embarcados en Londres no pasarán de Gibraltar y, en Aragón, la partida del “Cojo de Cariñena”, se acogerá al indulto en Calatayud (02.08.48). Además, se abortaron conatos de sublevaciones hasta en la mismísima Capital.
Cataluña, pues, se quedaba sola ante los isabelinos, contaba con pocos hombres, pero tenían grandes apoyos “logísticos” en las poblaciones rurales.

Por entonces (23.06.48) el general Ramón Cabrera y Griñó entró desde Francia a mandar las fuerzas carlistas; el indomable tortosino, que había salido de la primera con el mote de “El Tigre del Maestrazgo”, moderará su impiedad con el enemigo durante esta segunda, en la cual cosechará derrotas, sufrirá traiciones y, finalmente, escapará por los pelos a Francia, exiliándose en Inglaterra, cerca de Montemolin, como tantos otros de su bando. A los títulos previos de I duque del Maestrazgo y I conde de Morella, añadirá Carlos VI el de I marqués del Ter, por las operaciones habidas en esta guerra, cerca del cauce de dicho río donde, como veremos, estableció su base de operaciones.
Prueba de la mencionada moderación la encontramos en la primera arenga a sus tropas al entrar en España: “(…) Nuestros pasos tiene que ser muy distintos a los de otros tiempos. La época de los frailes, la Inquisición y del despotismo ha pasado (…)” con lo cual parece que tendía la mano a los movimientos republicanos.

General D. Ramón Cabrera y Griñó “El Tigre del Maestrazgo”, Wikipedia (dominio libre)

En el juego económico que late en cada guerra, se lanzaban bulos sobre posibles aranceles, librecambismo o implantación del algodón… cosas que no suenan extrañas al día de hoy. Las partidas de Cabrera no llegaban, en principio, a dos batallones…unos 1000 hombres que enseguida fue incrementando, enfrente, los capitanes generales, iban a ir sumando hasta 35.000.
Pretendiendo volver a ser el “Tigre del Maestrazgo”, quiso cruzar el Ebro, pero fracasó en el intento y el brigadier Manzano le infringió una severa derrota, cuando se retiraba a Estany (Barcelona) (las GACETAS DE MADRID, B.O.E de la época, daban continuas noticias sobre todos estos hechos, pero, por supuesto, con la correspondiente dosis de parcialidad).

Pavía trató de atraerse a los republicanos con los que entabló negociaciones, Narváez, nervioso con su lentitud, lo relevó por Fernández de Córdova (10.09.48) quien, a pesar de las instrucciones recibidas del “Espadón de Loja”, vio como los montemolinistas conseguían filtrar algunas partidas por el Ebro hacia el Maestrazgo, se apoderaban del fuerte de La Bisbal (punto estratégico presente en todas las guerras del XIX), y como su subordinado, el general Paredes, era derrotado en Esquirol por Borges.
Por su parte, Cabrera vencía al general Manzano en Aviñó, este último, cayó herido y prisionero de los carlistas, más tuvo la suerte de ser rescatado por las tropas del general Paredes.

Cabrera había cogido 400 prisioneros… las cosas iban de mal en peor para los isabelinos, pero, en esas, los mozos de escuadra (Cuerpo creado por Felipe V) detuvieron a Antonio Tristany, sobrino del cura “matiner”, lo que supuso un duro golpe a los carlistas el cual se agravó gracias a las artes políticas de Córdova, que consiguió incorporar a sus filas al comandante Miguel Vila, a. Caletrus, y al brigadier José Pons, a. Pep de Olí.

Por otra parte, Córdova envío al general D. Ramón Nouvilas y Rafols a batir en detalle a los republicanos, el cual derrotó a la partida de Victoriano Atmeller quien, además de la “felicidad”, había prometido a su tropa seis reales diarios mientras combatiesen y la licencia total al lograr la victoria.
El capitán general descubrió también una conspiración republicana, apresó a sus cabecillas, los fusiló inmediatamente, a pesar del clamor en demanda del indulto de muchísimas entidades catalanas. Curiosamente, años más tarde ese mismo general Córdova formará parte de un Gobierno radical de Amadeo de Saboya y de otro de la Iª República.

El 03.12.48, Córdova pidió su relevo a Narváez y, para ello, este envió a su buen amigo y subordinado, el general Concha.

La campaña en 1849
El general Concha, como escribió uno de sus biógrafos, tenía todo para terminar con la guerra: “(…) extraordinario valor, pericia en las cosas de la guerra, autoridad y fortuna (…)”. Y, el recién titulado marqués del Duero. empezó con el pie derecho. En cuanto tomó el mando, el cabecilla carlista Posas se entregó en Esparraguera, tras una acción en la cual el general D. Francisco de Mata y Alós, jefe del Estado Mayor de Concha, demostró valor sereno ante el enemigo, lo que permitió la solemne entrada en Barcelona del capitán general acompañado de Posas y llevando entre su escolta lanceros montemolinistas.

A los 2.000 hombres comentados más arriba, los facciosos añadieron 8.000 más, e intentaron atacar frontalmente Manresa, los banderines de enganche carlistas actuaban, con total desparpajo, a la vista de Barcelona. Por otra parte, reaparecía la crueldad, en Mora del Ebro llegaron a verter aceite hirviendo sobre los propietarios que se negaban a pagarles la contribución.
Concha, que había salido a campaña el 19.12.48, tuvo que esperar a que amainase el temporal y no salió de Gerona hasta el 11.01.49. Cabrera estaba en Amer (entre Gerona y Olot) a la orilla del Ter, donde había establecido su base de operaciones y en la cual tuvo que luchar contra traidores, desertores y hasta asesinos que intentaron envenenarlo. Desde allí, envió fuerzas para asediar Vich, Olot y Solsona, a lo que se oponían las fuerzas mandadas por el citado general Nouvilas.
El E.M. de Concha, diseñó una operación para que tres columnas, al mando de los generales Ruiz, Nouvilas y Ríos, convergiesen simultáneamente sobre la posición de Cabrera, pero, malinterpretando las órdenes del mando, el brigadier Felipe Ruiz y Ruiz se anticipó en el ataque a Amer (26.01.49), exactamente al lugar del Pasteral. Allí, Cabrera estaba adiestrando a sus tropas, tenía instalados talleres e incluso pretendió fundir cañones; en ese lugar, un puente de madera salvaba el Ter, en cuya orilla derecha estaban las posiciones carlistas y en la izquierda los mencionados talleres.
Lo prematuro del ataque de Ruiz lo puso en grave aprieto pues, sobre ser rechazado, estuvo a punto de perecer con gran parte de sus hombres; lo salvaron las llegadas (27.01.49) de Nouvilas, que venía desde Gerona, cuyas tropas lo cruzaron con el agua llegándoles a la cintura (buen precedente de Alhucemas, 1925) y las de Ríos, que lo pasaron por un cómodo vado. Sus esfuerzos salvaron a cincuenta soldados de Ruiz, cercados en unas casas cercanas.

La artillería isabelina cooperó, instalando una batería cercana al puente, y un Batallón del Regimiento de Astorga tomó las posiciones más fuertes del enemigo.
En la acción cayó herido Cabrera, una bala de fusil le atravesó el muslo derecho, pudo escapar y esconderse para atender a su curación, regresando a campaña el 11 de febrero próximo siguiente. A su regreso se enteró de que la partida del general carlista Marcelino Gonfaus, alias “Marsal”, se había unido a otras nuevas republicanas (¡menuda santa alianza!) encabezadas por Ballera y Atmeller, que trataban de reclutar más gente, pero, sorprendidos “in fraganti” por la diligencia de Concha, la partida del segundo se acogió al indulto.

Marsal, perseguido por seis columnas de tropas isabelinas, cayó prisionero, rindiéndose al General Rafael Hore el 06.04.49. Se libró de ser fusilado por el indulto que le llevó “in-extremis” el general Marcelino Oraá Lecumberri (el del “puente de Luchana”, 24.12.1836), a quien el primero había perdonado la vida en esta misma guerra.

Entre tanto, Concha ordenó a sus columnas la persecución del general José Borges, que contaba con 1.000 infantes y solamente 40 caballos. Borges, creyéndose superior y haciendo alarde del conocimiento del terreno, hizo frente a la columna del general Genaro de Quesada, en Sesma (Navarra), que lo desbarató.

Por fin, el brigadier Domingo Dulce, tuvo un encuentro victorioso en Castelflorite (Huesca; de ahí su título de I marqués de ídem) contra las tropas enviadas por Cabrera al Alto Aragón, mandadas por los generales Pascual Gamundi y Domingo Arnáu.

Debido a estas contrariedades y a la indisciplina e insubordinación de algunos jefes de partida, Cabrera reclamó viniese a Cataluña Montemolin a lo que accedió el pretendiente. Para ello, salió de Londres (27.03.49), atravesó Francia donde seis aduaneros franceses, vestidos de payeses catalanes, lo apresaron cerca del fronterizo monasterio de San Lorenzo de Cárdenas (Guardiola de Berguedà), tras haber caído en una zanja cuando intentaba escapar a la carrera; quedó detenido, con pena y sin gloria, en el castillo de Perpiñán.

Cabrera repasó la frontera el 26 de abril, herido y a hombros del general Gamundi que no consintió en abandonarlo. Se exilió con tan poca fe en la victoria como la que trajo en su entrada del año anterior.
En 15 de mayo de 1849 finalizó la II Guerra Carlista.
Conclusiones

La Segunda Guerra Carlista terminó con la derrota de los montemolinistas, gracias a la superioridad militar (más de 3 a 1) y a los recursos de los isabelinos. Espartero y Narváez, presidentes del Gobierno, fueron claves en la victoria, apoyando con hombres y material a los generales que enviaron a sofocar el levantamiento. La causa carlista no pudo levantar cabeza hasta 1872, cuando comenzará la muy cruel tercera guerra, que durará cuatro años y proporcionará el título de “Pacificador”, gracias al general Martinez Campos, al restaurado Alfonso XII. Esta, la de los “matiners”, consolidó el poder de los liberales sobre toda España y la confirmación de Isabel II en el trono hasta 1868.
La guerra de guerrillas fue su clave, permitió a los carlistas encarar fuerzas superiores, pero que no dominaban el difícil terreno montañoso.

Cataluña se convirtió en teatro de esta guerra debido al arraigo del carlismo en sus pueblos, a la facilidad de las comunicaciones con el sur de Francia y la explotación de la orografía catalana/pirinaica, como había ocurrido en las dos guerras anteriores de este siglo XIX.

José María Blanco Núñez CN(R); miembro de AEME; Correspondiente de la Real de la Historia; y de la Real de la Mar)