Juan Angel Lopez Diaz, Coronel de Infanteria de Marina,r, asociado de AEME publica en La Critica este articulo
Kyoto existe gracias a un español
Corría el primer tercio del Siglo XIX en España, un siglo dramático para la nación, con enfrentamientos entre absolutistas y liberales, y ello requería cada vez mayor número de soldados. Un joven de Málaga, Manuel Fenollosa, que con 14 años era ya un experto musical y miembro del coro catedralicio, lograba integrarse en una banda militar, que dirigida por su cuñado había sido contratada por una fragata estadounidense fondeada en el puerto de Málaga, para de esta forma librase de ser llamado a filas. Lo asombroso, como toda esta historia es que Manuel, padre de nuestro protagonista, para conseguir la plaza vacante tuvo que aprender en una noche a tocar el trombón, cosa que logró, ya que al día siguiente Fenollosa está abordo. Tras varios meses de navegación, finalmente llega a EEUU y allí durante un tiempo Fenollosa se dedicó a dar conciertos por lugares de la costa atlántica de los EEUU. Pero meses después la banda se disolvió y Manuel y su cuñado se establecieron como músicos profesionales en Salem (Massachusets), buscando desarrollar sus habilidades musicales, en especial el piano y el violín. Dieron conciertos y clases en ambientes acaudalados, en Salem y Boston. Manuel contrajo matrimonio con una distinguida alumna, Mary Silssbee y pronto se integró en aquella sociedad.
Con Mary tuvo dos hijos, Ernesto Francisco Fenollosa y Willian Silsbee Fenollosa. Ernesto, nacido en 1853, se graduó en Harvard en Filosofía y Sociología en 1874, especializándose en artes orientales. Hizo un postgrado en el colegio Divinity de la misma universidad, y realizó cursos de dibujo y pintura en la Escuela de Arte del Museo de Boston. En 1878, por invitación del profesor Eduard. S. Morse, que enseñaba entonces en la Universidad de Tokyo, se incorporó a dicha universidad, impartiendo en inglés conocimientos de Economía, Filosofía y Ciencias Políticas. Pero Ernesto se interesó sobremanera con las técnicas y los temas del arte tradicional japonés, y en poco tiempo se convirtió en un experto, admirador y defensor de su preservación, llegando a impartir clases sobre esta especialidad, hasta el punto de ser llamado Daijin Sensei, que significa maestro de grandes hombres. A finales de 1850 la política de aislamiento de Japón sufre un cambio y comienza a ser más abierta a Occidente y empiezan a aparecer buques extranjeros en los puertos japoneses.
En 1868, la autoridad administrativa y política del país pasó al Emperador Mutsuhito, inicio de la era Meiji, y ese mismo año traslada la capital a Tokyo. El Emperador emprendió un proceso de modernización buscando inspiración en Occidente, y de este modo los japoneses empezaron a experimentar un profundo desprecio por su propia cultura. Fenollosa fue testigo de esta realidad y de la autodestrucción de obras de arte clásicas y el olvido de templos y monasterios, y por el contrario de la admiración de los japoneses por objetos banales de Occidente. Decidió emplear parte de su fortuna en la compra de estos objetos clásicos despreciados, pinturas, porcelanas, que gracias a eso se salvaron de la destrucción y dedicó todo su tiempo libre y vacaciones a conocer Japón en profundidad. Así adquirió una gran colección de lacas, pinturas, cerámicas, y porcelanas a bajos precios, a la vez que desarrollaba una gran actividad en dar a conocer su tesis de que eran perfectamente compatibles la tradición y la modernidad.
En 1884, Fenollosa, promovió el club Kangakai, donde pronunció una conferencia titulada La verdadera teoría del arte, que tuvo gran repercusión. A través de la Asociación Ryu Chi Kai logró promover un movimiento pictórico para revivir la escuela tradicional japonesa, entonces dominada por el impresionismo europeo. También promovió el teatro tradicional adaptando más de 50 obras clásicas. Aprendió a hablar y escribir en correcto japonés a lo que más tarde sumó el conocimiento del idioma y escritura china. Sus muchos viajes por la región también le hicieron ser un experto en el budismo, religión que abrazó. En 1886 Ernesto y su gran amigo el crítico de arte Okakura Tenshin fueron comisionados por el gobierno japonés para viajar a Europa y adquirir las mejores técnicas y métodos para promover en Japón la restauración y cuidado de las Bellas artes. Fue el primer extranjero en recibir varias condecoraciones japonesas, en especial la Orden Imperial del Espejo Sagrado, máximo honor que el Emperador le otorgó como reconocimiento de su labor en beneficio de la cultura nipona. En la ceremonia el Emperador le expresó su gratitud por “haber enseñado a sus súbditos a valorar su propio arte” y le rogó que lo siguiera haciendo por el mundo y en especial por los EEUU.
Fenollosa colaboró en la creación de la Escuela de Bellas artes de Tokyo y en la preparación de una ley para preservar los templos y monasterios con todos sus tesoros. Entre los años 1887 y 1889 el prestigio e influencia de Ernesto alcanzó su punto álgido en Japón y contaba con todos los recursos necesarios para llevar a cabo su trabajo. Se creó para él un comisariado de bellas artes con autoridad sobre colegios, universidades, y museos, teniendo incluso un lugar en el protocolo imperial. En 1890 regreso a EEUU y durante cinco años dirigió el Departamento de Arte Oriental del Museo de Bellas Artes de Boston, al que donó las colecciones que él mismo había reunido. Entre ellas había más de 1000 cuadros que hoy se pueden admirar en el museo como colección Fenollosa. Regresó a Japón en varias ocasiones, donde tenía casa al estilo japonés, y su más estrecho colaborador, Arthur Wesley Dow, asumió en 1904 la cátedra de Pedagogía artística en el Teacher´s College de la Universidad de Columbia, impartiendo sus clases según el método de Fenollosa, cuyo prestigio habría de tener gran influencia en el resto de las universidades americanas.
En los siguientes siete años Fenollosa, realizó una gran labor de difusión de sus ideas a través de conferencias y publicaciones en EEUU y Europa. En 1908, regresando de uno de sus viajes por Europa, falleció en Londres, y sus cenizas fueron enterradas en el templo de Mii-Dera, en Otsu, situado en las proximidades del Lago Biwa, que era su lugar preferido de Japón. Su viuda publicó tras su muerte obras inconclusas que se publicaron con el título de Cathay entre 1915 y 1917. Es de destacar que hasta su muerte seguía apreciando el vino y las pasas que por Navidad le enviaban sus parientes malagueños. La cátedra por el creada floreció, al igual que su prestigio, por todo el mundo universitario americano.
Cuando llegaron los años 40 del S. XX, y al plantearse el lanzamiento de las bombas sobre Japón, Kyoto, capital espiritual del Imperio fue uno de los blancos elegidos. Los discípulos de Fenollosa, al tener noticias de esta barbaridad, movilizaron todas sus influencias políticas y militares para convencer a los responsables de que modificaran su decisión, alegando que Kyoto tenía más templos y monumentos que Iglesias Roma o Mezquitas Estambul y que al ser un 90 % de sus construcciones de madera, supondría una pérdida cultural irremediable para toda la humanidad. Esta presión argumental y el tesón en defenderlas fue tan eficaz que el Secretario de Guerra, Henry. L. Stimson, quien personalmente había visitado Kyoto antes de la guerra, borró la ciudad de los objetivos seleccionados y fueron otros los que se señalaron.
Juan ángel López Díaz (G)
Coronel de Infantería de Marina, miembro de AEME y del Centro de Pensamiento Naval
Fuente:
https://lacritica.eu/noticia/3458/nuestras-firmas/kyoto-existe-gracias-a-un-espanol.html