El digital La Critica, publicó el pasado 3 de agosto, este interesante articulo sobre las cualidades del líder ruso Putin, cuyo autor es el CN. Fernandez Diz
Agudo vértigo geoestratégico y carencia absoluta de conciencia humanitaria.
En contra de lo que podemos encontrar en cualquier enciclopedia hay fundamentadas razones para pensar y creer que Rusia y la Federación de Rusia no son la misma cosa. Rusia, originada según se dice ahora dentro de la propia Ucrania, es la Rusia europea desde los montes Urales hasta las fronteras de Noruega y Finlandia y de los países hoy independientes, pero anteriormente pertenecientes a la desaparecida Unión Soviética en 1991: Estonia, Letonia, Bielorrusia y Ucrania. Y por el Sur Georgia, Azerbaiyán y Kazajistán.
La Federación de Rusia es un resto de la antigua Unión Soviética, resto que Rusia pudo conservar a su alrededor o por la fuerza o por la carencia de suficiente voluntad política de los heterogéneos territorios que hoy la forman.
El distrito Federal de los Urales está hábilmente diseñado para coser la Rusia europea con la parte asiática de la Federación. Curiosamente Turquía, ya en la OTAN, y con aspiraciones a entrar en la UE, también tiene una parte europea y otra parte asiática, aunque esta última sea de mucho mayor tamaño.
La parte asiática de la Federación es un conglomerado de regiones, de cuyo nombre nunca hemos oído hablar, con capacidades autonómicas y administrativas distintas y también de grupos étnicos, idioma y religión de sus habitantes. La única manera de mantener unida la Federación es bajo el poder de un gobierno fuerte y autoritario, o sea, imperial.
A lo largo de la Historia existieron muchos imperios. Cualquier nación poderosa que alcanzaba la masa crítica necesaria para ser un imperio, lo era. Y también era aceptado internacionalmente como lo más lógico del mundo. En el concepto occidental, el antiguo imperio egipcio fue probablemente el más antiguo de todos ellos (3000 años AC). Después vinieron muchos otros imperios como el español, el portugués, el inglés y hasta el alemán y naturalmente también el ruso. Sus extensiones aumentaban como resultado de guerras o descubrimientos. El punto débil de los imperios es que se basan en la imposición de la soberanía de un estado, el más fuerte, sobre otros siempre mucho más débiles.
En la era moderna las ideas imperialistas han quedado muy desprestigiadas, e incluso rechazadas, porque, para sobrevivir necesitan conculcar el ejercicio del derecho internacional y también del derecho humanitario y hasta el derecho de la guerra, que es casi lo mismo.
Casi todas las naciones europeas fueron imperios en algún momento de su historia, pero, aun hoy hay alguna que demuestra tener comportamientos imperiales como le sucede al Reino Unido (RU) en relación con su injusto dominio de una colonia, como es Gibraltar, en una parte cedida como es bien sabido por el Tratado de Utrecht en 1713, según condiciones que el RU no cumple, y en otra parte usurpada con absoluto desprecio de la soberanía de un aliado dentro de la OTAN, como es España.
Rusia no solo fue, sino que aún sigue siendo un país imperial. Lo fue en la época de los zares, lo fue en la época de la Unión Soviética (URSS), dominando incluso media Europa después del final de la II Guerra Mundial y lo sigue siendo aún hoy al dominar toda la Federación de Rusia. Pero, además, con la política imperialista de Putin, Rusia pretende anexionarse por la fuerza, amenazas o descaradas injerencias políticas, países que son independientes como Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Georgia, Azerbaiyán y hasta Kazajistán, como más conocidos.
Putin ha heredado las ideas imperialistas de los antiguos dirigentes comunistas de la URSS y hasta del último zar de Rusia, Nicolás II dramática e injustamente asesinado con toda su numerosa familia por representantes de un pueblo confundido y desorientado, que no supo encontrar su libertad después del trágico e injusto magnicidio.
Putin odia la globalización, proceso inevitable y paralelo a la difusión de las ideas y a la aparición de las nuevas tecnologías y la comunicación, como es internet, que permiten a las personas de pueblos distintos comunicarse entre ellos, crear una cultura que se está haciendo universal y situarse en un mundo nuevo al que no desean renunciar cuando se le amenaza con regresar a un pasado que consideran superado, como le sucede al pueblo ucraniano y hasta a los sectores más jóvenes del pueblo propiamente ruso que, sobre todo, desean vivir en libertad política y económica, valores propios de la UE. A Putin no le gusta la globalización porque trabaja en su contra.
Putin es un hombre del pasado que teme que estas ideas, estos valores, se vayan implantando progresivamente en Rusia y hasta en toda la Federación de Rusia. Por eso Putin siente la imperiosa necesidad de mostrarse rígido, autoritario y hasta temible en su decisión de reforzar los vínculos de su imperio sin reparar en los medios para lograrlo como está haciendo con la invasión de Ucrania, de forma cruel y despiadada. Putin demuestra una fuerte percepción de que su imperio corre el peligro de desmoronarse, algo de lo que se siente responsable y no puede aceptar. Esta situación le produce a Putin un grave vértigo geoestratégico que hasta le permite amenazar con una tercera guerra mundial al mundo occidental si este se opone a sus decisiones sobre Ucrania o sobre los planes que tiene para anexionarse las naciones independientes anteriormente mencionadas por la simple razón de considerarlas, sin fundamento alguno, una amenaza para la seguridad de Rusia si caen bajo su influencia. Imperialismo puro y duro que no le impide someter a las naciones libres, objeto de sus ambiciones, a una permanente desestabilización política.
No se conoce la verdadera ideología de Putin. Hay analistas para todos los gustos. Pero la mayoría coincide en afirmar que Putin es un imperialista que solo persigue la grandeza de Rusia como cualquiera de los zares que le precedieron. Putin se siente un elegido del destino para lograrlo, por lo que perpetuarse en el poder a costa de eliminar a sus adversarios políticos le parece perfectamente justificable.
Putin se alimenta también de su reciente política internacional que le ha permitido alcanzar determinados objetivos geoestratégicos como una base naval en el puerto sirio de Tartús. Putin ayudó incondicionalmente al presidente sirio Bashar al Asad en su lucha contra los disidentes de su propio pueblo, que él consideraba terroristas. Bashar llego a utilizar armas químicas contra su propio pueblo de forma indiscriminada para aniquilar a los opositores que decía se escondían entre la población civil. La ciudad siria de Alepo fue masacrada y devastada por su propio presidente al ordenar su continuo bombardeo sin más consideración que su propia supervivencia. Bashar terminó ganando su guerra por abandono de sus opositores. Pero perdió su prestigio internacional por no haber sabido aplicar las leyes de la guerra, que son la base del derecho internacional humanitario, para resolver su conflicto interno, algo que hizo con inaceptable dureza y crueldad.
La guerra de Siria fue un mal ejemplo para Putin. Además de las concesiones en el puerto de Tartús, Bashar le ha proporcionado a Putin la reciente recompensa pública de apoyar y justificar su conducta en su cruel invasión de Ucrania, lo que demuestra una coincidencia de objetivos y procedimientos de actuación de ambos dirigentes políticos.
Las buenas relaciones que Putin mantiene con China, un país comunista y también con vocación imperial, son especialmente perversas porque ayudan objetivamente al dirigente ruso a desestabilizar a todo el mundo occidental, algo que también conviene a las pretensiones internacionales del dirigente chino Xi Jinping, otro dictador que ha conseguido mantenerse en el poder a perpetuidad; otro sutil imperialista que defiende a ultranza sus intereses sin tener en cuenta los de los demás: sus propios vecinos o su propia población. China mantiene frontera con la Federación de Rusia en una zona casi despoblada en comparación con la población china, en continuo aumento. Y China no tiene, que se conozca de momento, yacimientos de gas o combustibles fósiles que tanto necesita y que tanto abundan en la Siberia rusa. El dirigente chino tampoco incluye en su haber el debido respeto al derecho internacional y humanitario lo que, unido a su propio concepto de la historia, tiene muchas papeletas para que en un tiempo no muy lejano pueda concedérsele el título de perturbador universal que antes se le reconocía, y con razón, a la antigua Unión Soviética. Tampoco Xi Jinping es un buen ejemplo para Putin.
Todo indica que un Putin confundido y desorientado, no sabe elegir bien a sus amigos ni percibir lo que verdaderamente amenaza a la Federación de Rusia. Por la frontera europea Putin solo puede recibir estabilidad política, un fuerte progreso económico y libertad para el sufrido pueblo ruso. Propiciar una mayor colaboración o incluso integración de Rusia en la UE y también del resto de la Federación, según los correspondientes acuerdos preferenciales que se puedan negociar, sería para Putin mucho más sugerente y prometedor que abrazarse incondicionalmente al presidente chino. Porque todos los pueblos que habitan en nuestro planeta son admirables y merecedores del mayor respeto, pero, lamentablemente, muchos de sus dirigentes no lo son.
Madrid, 30 de julio 2022.
Aurelio Fernández Diz Capitán de Navío (R); Vocal de la Junta Directiva de la Asociación Española de MIlitares Escritores; Miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes Militares; Del Foro de Pensamiento Naval.
Fuente:
https://lacritica.eu/noticia/3052/aurelio-fernandez-diz/la-incurable-enfermedad-de-putin.html