Manuel Parrilla Gil , Comandante del Ejército del Aire, r, asociado de AEME, publicó en el año 2020, un libro titulado SOL Y MOSCAS , que recoge historias de las Alas Gloriosas de España, en cuya cubierta se lee, que forma parte de la 38 promoción de la Academia General del Aire, en la que ingresó en 1981,piloto de caza, destinado entre otros lugares en Albacete formando parte del Ala 14, en la que voló el Mirage F1. Tras 38 años en servicio activo siguió volando en compañías de carga y pasaje, dedicando sus últimos años de aviador a la extinción de incendios en aviones monoplazas.
Su afición por la pluma, le llevó a ganar su primer concurso de relatos cortos en 1980, con Butacas, y en 1982 volvió a ganar en la AGA con El Gallo y el Águila. Ha escrito un ensayo y una colección de poemas Tu estrella era Venus. Ha escrito sobre la expedición de Malaspina, novela titulada Lautaro. Licenciado en Ciencias Políticas, tiene dos másteres en Agroecología y Marketing Digital.
La narración que sigue es un fragmento que forma parte de lo que será su nuevo libro SOL Y MOSCAS 2
HIELO, SANGRE Y UNA LAUREADA
Acababa de amanecer. Tres barcos se mantenían fondeados a pocos kilómetros de la playa. Un pequeño riachuelo desembocaba en el mar a pocos metros de un acantilado de roca caliza blanquecina que adquiría un tono amarillento al reflejar la luz del sol del amanecer.
La playa de arena gris se extendía tres kilómetros desde la margen derecha del río, que se internaba hacia las colinas circundantes por un estrecho valle. Era verano, y el espectáculo de las olas rompiendo sobre la bahía pasaba totalmente desapercibido en el entramado de tiendas militares que ocupaban la zona. Al norte del campamento, una explanada cuadrangular de un kilómetro de lado había sido convertida en improvisado aeródromo, y en una línea paralela a las tiendas militares, al lado del puesto de mando donde ondeaba una bandera española, se hallaban alineados cinco biplanos Breguet XIV completamente nuevos.
Dos columnas, encabezadas respectivamente por la 1ª y 5ª Banderas de la Legión, y seguidas la 1ª por el Grupo nº 3 de Regulares de Ceuta y la 5ª por el Tabor de Regulares de Larache nº 4, estaban formando en orden de marcha. Varias recuas de mulas con agua y material quedaban en retaguardia. Al mando de la primera columna estaba el coronel García Fuentes, y de la segunda, el Coronel Nieto.
En el aeródromo de Uad Lau, que era el nombre del pequeño poblado a orillas del río Lau, uno de los Breguet estaba preparándose para despegar, pero, en lugar de bombas, llevaba colgando del lateral de la cabina del observador seis sacos de lona cargados con hielo.
Con los últimos movimientos de las tribus rifeñas encabezadas por el caudillo Abd-El-Krim se habían levantado la cabilas occidentales de Yebala, por lo que España solo controlaba el territorio de su protectorado en las zonas de Melilla, Ceuta y Larache. Más de dos tercios quedaban ya bajo el control del caudillo rifeño.
Diez kilómetros al sur de Uad Lau se encontraba la posición española de Cobba Darsa, una importante cota que controlaba el desfiladero del río Lau. El levantamiento de las cabilas de Yebala les había dejado sitiados y con una angustiosa escasez de agua y suministros. El mando español había planeado controlar el territorio de la margen oeste del río Lau, enviando dos columnas comandadas por el Coronel Morato y el Teniente Coronel Francisco Franco, pero antes había que liberar Cobba Darsa y controlar el cauce inferior del río Lau.
Era el 5 de julio de 1924, y los sitiados llevaban varios días resistiendo mediante suministros y apoyo aéreo. El 3º Grupo de bombardeo de Breguet XIV apodado “La Balumba”, al mando del comandante Joaquín González-Gallarza, se había desplegado a principios de año desde Melilla a Tetuán, estacionándose en Sania Ramel. el 1 de julio había recibido la orden de trasladar seis aviones a Uad Lau para dar apoyo aéreo a las operaciones de recuperación de la región. Entre toques de corneta, las dos columnas de la Legión y los Regulares se habían puesto en marcha. Mientras terminaban de abastecer el avión, el piloto, capitán Eduardo González-Gallarza de 26 años, y su observador, el capitán Ramón Ochando, de 29, examinaban un mapa militar mientras discutían los detalles de la misión.
Tres días antes, el jefe del grupo de bombardeo, Joaquín, hermano mayor de Eduardo González-Gallarza, había desaparecido mientras bombardeaba las posiciones de las harkas rifeñas al sur de Cobba Darsa. Desde entonces no había noticias de él, ni habían podido avistar los restos del avión. Eduardo estaba muy preocupado, pero no lo exteriorizaba. Todos eran duros combatientes que tenían experiencia en la guerra terrestre en Marruecos, y que luego se habían hecho pilotos u observadores.
- Lo más difícil será lanzar el hielo, nos van a acribillar desde la ladera oeste del Lau -dijo Gallarza señalando con el dedo las elevaciones al otro lado del rí
- Lo mejor es entrar dando una pasada por el margen oeste, yo les machacaré con la Lewis -la Lewis era la ametralladora móvil operada por el observador-. Después viramos por la izquierda e intento tirar dos sacas.
Ochando proponía un plan que les permitiría combinar el fuego con el suministro.
- Me parece muy bien, en la segunda pasada hacemos lo mismo, y luego damos dos pasadas ametrallando los nidos de la harka rifeña al este.
Gallarza pretendía utilizar la ametralladora fija Vickers y luego ajustar para lanzar una saca de hielo a cada avanzadilla.
- Si puedes, en una pasada, y si no, en dos, lanzamos el hielo a las avanzadillas -explicó
- Exacto.
Gallarza estaba sorprendido, su observador le había leído el pensamiento.
Sin más demora subieron al avión, que estaba ya listo, y rodaron pesadamente por la irregular pradera hacia el sur. Tenían viento del norte, así que despegarían hacia el mar y virarían encima de la playa para sobrevolar el campamento siguiendo el curso del río hacia el suroeste.
Además de aprovisionar de hielo (que se convertiría en agua potable) y algo de munición a las posiciones de Cobba Darsa, también tendrían que castigar los nidos de ametralladora de los rifeños, y hacer un mapa mental del despliegue enemigo para aprovechar el vuelo de reconocimiento: una misión muy difícil y arriesgada.
Gallarza metió motor y el avión comenzó a acelerar dando saltitos por el terreno irregular de la pradera. Al alcanzar los 90 km/h levantó la cola y, casi acto seguido, se fue pesadamente al aire. Nada más cruzar la línea de playa comenzó un fuerte viraje a 130 km/h manteniendo el campamento en su punta de plano izquierda y, al poco de sacar el viraje siguiendo el curso del río, sobrevoló las dos columnas de tropas que acababan de salir. Los legionarios y los regulares, que durante años habían contemplado las agallas de aquellos pilotos y su providencial presencia en el aire en los momentos más oportunos, comenzaron a vitorear y saludar a los aviadores. Gallarza inclinaba el avión a uno y otro lado saludando a las tropas.
Se mantuvieron bajos en el valle del Lau. Llegarían muy pronto a la posición de Cobba Darsa, en unos cinco minutos. Tal como habían hablado, Ramón Ochando tenía preparadas las dos primeras cargas para soltar, y había girado la ametralladora a la derecha del avión para disparar sobre las posiciones rifeñas al oeste del río. Gallarza disfrutaba del nuevo avión, mejor que el vetusto De Havilland DH-9 que había volado hasta febrero de ese mismo año.
A un kilómetro de Cobba Darsa, en las laderas de Tisgarin, un fuerte contingente de tropas rifeñas comenzó a disparar al avión. Gallarza mantuvo el rumbo inclinando ligeramente el avión a la derecha para facilitar el trabajo de Ochando con la ametralladora. Ramón Ochando, sin perder la calma, comenzó a barrer las posiciones con la ametralladora Lewis. A pesar de haber recibido algunos impactos en la carena del motor, no había daños. Gallarza levantó suavemente el morro para realizar un fuerte viraje a izquierda, y ajustó una pasada muy baja sobre la posición española en la cima de Cobba Darsa. Ochando sacó los pasadores de las dos sacas más adelantadas, que se descolgaron para caer dentro del campamento fortificado.
Mientras Ochando hacía su trabajo, Gallarza detectó un nido de ametralladoras a unos trescientos metros al norte de la posición propia. Lo sobrevoló sin poder dispararle. Ochando, mientras tanto, accionaba la Lewis contra la ladera de Tisgarin y preparaba las dos cargas siguientes.
Ya se habían hecho una idea del despliegue rifeño y, esta vez, Gallarza ajustó la segunda pasada desde el norte para atacar el nido de ametralladoras antes de lanzar la segunda carga. Consiguieron dar la segunda pasada baja después de ametrallar a los rifeños, pero ahora una ráfaga alcanzó la cabina delantera. Gallarza sintió un fuerte calor y un dolor agudo en el muslo izquierdo. Le habían alcanzado. Miró a su compañero, que acababa de soltar la segunda carga y se encontraba en perfectas condiciones, disparando a los sitiadores al sur de las avanzadillas. Se palpó el muslo con la mano izquierda y la sacó llena de sangre. No sabía cuánta estaba saliendo del pantalón. El blocao principal de Cobba Darsa estaba aislado de las dos posiciones de avanzadilla que ocupaban las cotas al sur. Esos hombres también necesitaban agua y munición, no se podía ir ahora.
La siguiente pasada sería desde el sur, evitando los disparos de Tisgarin. El dolor no remitía, y Eduardo comenzaba a desfallecer. El avión fue recibido con una gran salva de impactos, pero la saca cayó en su objetivo. A la salida volvió a ametrallar el nido que le había alcanzado en el muslo, efectuando una pasada muy baja con la Vickers que le acertó de lleno. Ahí no quedaba un rifeño con vida.
Ya no podía aguantar mucho más el dolor. Dejó el motor en una posición intermedia y, con la mano izquierda, mantuvo presionado el muslo a la altura de la ingle. Solo quedaba una última pasada y se volverían a Uad Lau, después de poco más de veinte minutos en la zona de operaciones. Gallarza volvió a repetir la primera maniobra con rumbo sur sobre la ladera del Tisgarin. Ochando ametralló a placer mientras el piloto buscaba la posición de la segunda avanzadilla. La tenía a la vista. Volvió a tirar del morro, comenzó un viraje suave a la izquierda y ajustó la pasada baja a la segunda avanzadilla. Preparó la ametralladora y, antes de nivelar, soltó otra larga ráfaga a los rifeños de la ladera sur de Cobba Darsa.
La última saca dio en el blanco. Misión cumplida, había que salir de allí. Pero, cuando sacaba el viraje para seguir el río rumbo noreste, notó varios impactos que barrieron desde la parte delantera del morro del avión hasta la cabina delantera. Sin darse cuenta había soltado la palanca. Instintivamente soltó el muslo izquierdo y llevó la mano izquierda a la palanca. Un disparo le había alcanzado en la mano derecha, aunque por suerte no le dio de lleno. La bala había cruzado la carne en la parte exterior de la palma sin alcanzar el hueso, pero lo cierto era que ahora le dolía más que el muslo.
El capitán Ochando, ajeno a la situación de su compañero, iba celebrando efusivamente el éxito de la misión, mientras González-Gallarza sufría graves dificultades para mantener el avión en vuelo. Sin reparar en las columnas de legionarios a ambas orillas, Gallarza se aguantó el dolor de la mano derecha y sostuvo la palanca preparándose para aterrizar. Volaban muy bajos. Notaba el borboteo de sangre por la parte posterior del muslo, y la punzada de dolor se había convertido en una palpitación en todo el cuerpo. Sudaba copiosamente, y notaba cada pulsación de su corazón en la sien comprimida por el casco de cuero. La boca se le había resecado a causa de la tensión sobrehumana soportada durante la media hora de misión.
Aterrizó un poco largo de velocidad. El avión rebotó una sola vez y se quedó casi parado a mitad de pista. Rodó como pudo hasta la línea de aviones, realizó un giro de noventa grados y paró el motor. Inmediatamente sacó las dos manos ensangrentadas por encima del borde de la cabina, a la vista de los mecánicos y del capitán Ochando, y se desmayó.
A las dos y cuarto de la tarde del día 6 de julio de 1924, Eduardo comenzó a despertarse en la aireada habitación del hospital militar de Melilla. Por la ventana abierta entraba una suave brisa desde la Mar Chica, y se podía oír el canto del almuedano llamando a la oración por segunda vez en el día. El piloto tenía la mano derecha cubierta por una venda, y muy hinchada. La pierna izquierda estaba vendada desde la rodilla a la ingle debajo de la bata de hospital.
Lo primero que pudo ver al levantar la vista fue a su hermano Joaquín, el jefe del grupo de Breguet, que leía sentado en el sillón de hospital, impecablemente vestido con su uniforme de comandante de infantería. Eduardo sonrió al ver a su hermano, once años mayor que él, a quién quería y admiraba a partes iguales, y a quien siempre había deseado parecerse.
- Sabía que estabas vivo, hermano, nada puede contigo -murmuró Eduardo haciéndose oír apenas por encima del cántico del almuedano.
- Hombre, por fin te despiertas -Joaquín se levantó del sillón dejando el libro en una mesilla, y se acercó al borde de la cama-. ¿Cómo estás?
- Bien, algo cansado, deseando que me cuentes tu aventura -contestó el joven Gallarza mirando la venda que le cubría la mano derecha.
- Perdiste mucha sangre, te operaron el muslo de urgencia en Uad Lau. Lo de la mano no es nada, no te preocupes, volverás a volar -le tranquilizó.
- ¿Han liberado ya Cobba Darsa? -preguntó Eduardo elevando algo el tono.
- Sí, hace una hora llegó un mensaje. Ayer por la tarde, el teniente coronel Franco se hizo con las alturas de Tisgarin, y la artillería comenzó a batir el valle -Joaquín hizo una pausa y miró por la ventana-. El general Serrano Orive, con dos banderas del Tercio, y los regulares de Ceuta y Larache ha liberado a los 37 supervivientes y les han relevado. Has salvado la vida de esos hombres, la avanzadilla norte no habría aguantado sin tu suministro – añadió, orgulloso.
- Vaya, me alegro por esos muchachos -Eduardo notaba una leve punzada de dolor en el muslo: los calmantes empezaban a perder su efecto. Recordaba el vuelo del día anterior, las pasadas sobre Cobba Darsa entre los disparos de los rifeños, y luego los gritos de Ochando celebrando que habían dejado todos los suministros donde debían-. Bueno, y tú ¿dónde estabas?
- Pues me derribaron en Loma Verde, cerca de Tirennes -relató como si se tratara de una pequeña contrariedad-. Me dieron en el motor y tuve que aterrizar cerca del río. Las harkas de Chentafa estaban cerca, pero quemamos el avión y cruzamos a las lomas de Ifartan -hizo una pausa mientras acariciaba la estrella de ocho puntas de su bocamanga-. Nos libramos de milagro, esquivando moros hasta la ladera oeste del Tisgarin, más de tres días huyendo y escondiéndonos en las cuevas de Cheruda. Pero cuando llegué a Uad Lau me dijeron que estabas a punto de morir. ¡Menudo susto, hermanito!
Joaquín soltó una risotada de alegría. ¡Estaban vivos!
En ese momento entró en la habitación el capitán Ramón Ochando, que venía a visitar a su compañero y amigo Eduardo.
- Con permiso, mi comandante -saludó a Joaquín, y se fue directo al borde de la cama-. ¿Cómo estás? Parece que ya te vas recuperando, ¡menudas pasadas les pegamos a los rifeños con la Lewis!
- Sí… pero casi me matan -Eduardo sonreía a su amigo.
- Quizá tu hermano sepa algo más, pero hay rumores de que te van a dar la Laureada por esta misión -anunció bajando la voz.
- No sé, yo no he oído nada -dijo Joaquín-, pero desde luego habéis salvado la vida a esos soldados copados en Cobba Darsa.
El 17 de julio de 1924 se publicaba en la Orden de las Fuerzas Aéreas el siguiente comunicado:
“Las circunstancias que han concurrido a la realización del hecho llevado a cabo por el capitán Eduardo González Gallarza, el día 5 del actual, ponen de manifiesto las virtudes de este oficial que, no obstante ser alcanzado por proyectiles enemigos que le hirieron, continuó desempeñando la misión conferida, logrando abastecer la posición Coba Darsa, cercada por el enemigo. Al considerar este heroico proceder, lo pongo en conocimiento del General en Jefe, proponiéndole para la Laureada de San Fernando.”
ManuelParrilla. Miembro de AEME
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