Una entrada del Blog de nuestro asociado Manuel Parrilla, que con su narrativa nos hace vivir la escena, de la División Azul, como si fuéramos actuantes en ella. La entrada anterior mereció por parte de nuestros lectores internautas, recibir el mayor numero de visitas de nuestra pagina, por lo que damos la enhorabuena al autor.
EL FINAL DE LA AVENTURA EN RUSIA
Bf-109 G6 del teniente Segurola, alcanzado por la antiaérea rusa.
El comandante Cuadra, acompañado del capitán Cesar Pérez García del cuerpo de intendencia, y del capitán Gonzalo de los Ríos, capellán de la escuadrilla, se habían bajado del avión subiendo la solapa de su gabardina para evitar el gélido viento.
Los tres oficiales conversaban animadamente, era mediodía, un coche enviado por la embajada española en Berlín les esperaba en el exterior.
Subieron al vehículo, pensaban comer a su llegada. La alegría por la misión cumplida, y por la vuelta a casa de los hombres, les mantenía distraídos en una animada conversación sobre sus planes a la vuelta.
A los diez minutos de trayecto, los tres guardaron silencio, estaban siendo testigos de una ciudad devastada por los bombardeos. Los barrios residenciales al sur de Unter der Linden estaban llenos de escombros en algunas zonas, y los berlineses se organizaban para retirar los escombros formando cadenas humanas para limpiar las aceras y las calles.
Al llegar a la embajada, comprobaron los daños del ala oeste del edificio, que estaban siendo reparados. Los aliados habían arrojado dos mil ochocientas toneladas de bombas sobre Berlín en la noche del 16 de febrero de 1944. Mil bombarderos británicos y canadienses habían descargado todas sus bombas sobre la capital del tercer Reich en menos de veinte minutos.
Los oficiales españoles nunca habían sido testigos tan cercanos de una devastación tan enorme.
Entraron en el número uno de la avenida Liechtenstein donde estaba la embajada española pasada la una de la tarde. El agregado aéreo esperaba al comandante inspector de la cuarta escuadrilla azul, luego irían todos a ver al embajador.
– Bienvenido Mariano, la última vez que nos vimos fue hace ya más de ocho meses – el teniente coronel Salas Larrazábal acababa de incorporarse como Agregado Aéreo en Berlín.
– ¿Ocho meses? Me han parecido ocho años -contestó Cuadra sin formulismos.
– ¿Como estas? – preguntó Salas cariñosamente.
– ¿Que quieres que te diga? Hemos cumplido con nuestra misión, setenta y cuatro victorias. Los hombres han aguantado bien, pero he perdido a la mitad de mis pilotos, siete bajas y tres heridos graves. En Madrid tenías razón, lo que nos íbamos a encontrar era el infierno – Cuadra le ofreció un cigarrillo, Salas lo rechazó y Cuadra lo prendió y le dio una larga calada.
– ¿Quieres un café? Comeremos ya mismo- dijo Salas.
– No gracias, prefiero esperar a la comida. ¿Y tú, como están las cosas aquí en Berlín? Han bombardeado a conciencia. – Cuadra miró la bandera española en el rincón.
– Bueno, acabo de llegar, pero las sensaciones no son buenas, ya sabes que Franco dio orden de repatriar a la División Azul en octubre, ahora nos queda un grupo de voluntarios, casi una brigada, al mando de un coronel. Mi sensación es que Franco ya tiene la decisión tomada – Salas se puso de pie y miró por la ventana.
– En Bobruisk, la situación es muy difícil, los alemanes han perdido a sus mejores pilotos. Los rusos han aprendido, tienen buenos aviones y nos superan en número, la superioridad aérea es suya, ayer perdimos a un teniente de la quinta – Cuadra se levantó y se colocó al lado de Salas, que le miró de reojo, mientras Cuadra le ofrecía una carpetilla.
– Muy bien, vamos a ver al embajador, es la hora, y después a comer – dijo Salas tomando la carpeta que le ofrecía Cuadra, ojeó la portada, era el informe de misión de la cuarta escuadrilla azul.
– Vamos, tengo hambre – contestó Cuadra mientras los dos salían del despacho.
El día anterior, el teniente Estanislao Segurola, rodaba a los mandos de su magnífico caza Messer Bf-109-G6. Acababan de activar la alerta de cuatro aviones, al mando el comandante Murcia que con el teniente Carretero formaban la primera patrulla, mientras que Segurola iba al mando de la segunda patrulla con el alférez Tassara.
El frente estaba a menos de 100 kilómetros, la ciudad de Gómel, al sureste había caído a principios de diciembre. Los soviéticos acumulaban fuerzas mientras preparaban la operación Bagration, una gran ofensiva pactada por Stalin, Churchill y Roosevelt en Teherán para dar cobertura al desembarco de Normandía.
Segurola disfrutaba de su caza, ya había tenido ocasión de volarlo en el aeródromo francés de Saint Jean d’Argely, pero ahora era distinto, esta era una misión de combate, una misión que nunca antes había tenido ocasión de volar.
Murcia y Carretero eran expertos pilotos de caza, con mucha experiencia en combate, pero Segurola había volado en unidades de bombarderos, primero el Junkers-52 y luego los italianos Savoia SM-79, que serían los aviones que volaría en Tablada después de la guerra civil.
Ahora tenía la oportunidad de volar uno de los cazas más modernos, en una misión real.
El avión que tenía en sus manos era la última versión del Gustav. Su motor, un Daimler-Benz DB605A1, entregaba una potencia de 1475CV, y estaba diseñado para el ataque a suelo y el combate a baja cota, por lo que no estaba presurizado.
El tiempo era bueno, aunque como era habitual en esa época, el suelo estaba completamente helado, y hacia el este se podían vislumbrar unas amenazantes nubes negras con bastante desarrollo vertical, pero estaban muy lejos aún.
Murcia aceleró sin tener muy en cuenta el viento, en Bobruisk con la potencia con que contaba el Gustav no había ningún problema, despegaron rumbo oeste, La segunda pareja se mantenía a un kilómetro de distancia, mientras que el comandante Murcia ascendía rápidamente hasta los cuatro mil metros en un suave viraje a la izquierda. La radio de control de misión les avisó, tenían que escoltar una formación de Stukas que se dirigían hacia el sureste.
Iban a atacar a las unidades acorazadas soviéticas en el sector de Gómel.
Habían establecido contacto con los Stuka, y volaban al noreste del rio Berezina. Al pasar sobre el objetivo, los Stukas comenzaron su ataque en picado, y Segurola, se quedó fijo en los bombarderos en picado y perdió a la primera pareja.
La misión había terminado, volvían a Bobruisk.
Segurola contactó con la primera pareja, podían hablar por la radio, quería saber dónde estaban.
El control de misión les llamó. Tenían aviones enemigos en vuelo rasante, puede que fueran Sturmovik dirigiéndose a atacar el aeródromo. Tassara no había oído nada, acababa de establecer contacto visual con la primera patrulla pero tenía fallo de radio. Cuando se quiso dar cuenta, Segurola había picado desde cuatro mil quinientos metros y le había perdido de vista. La primera patrulla también picaba, pero como no vio nada volvió a subir y se dirigió de vuelta al campo. Tassara decidió volver con ellos.
Segurola había visto aviones al norte del Berezina. Se fue acercando desde atrás, por debajo, colocándose para disparar contra el más cercano y quedarse en combate con su pareja. Cuando estaba a unos mil metros de distancia, desde abajo pudo apreciar la cruz negra en el fuselaje del avión más alejado, aceleró para ponerse a su altura y subió.
Los rusos habían cruzado el Dniéper la noche anterior, y estaban tomando posiciones en la orilla noreste del rio Berezina.
Segurola iba a saludar a los Focke Wulf alemanes con los que se había emparejado cuando comenzaron a aparecer explosiones de antiaérea a su alrededor.
Uno de los impactos le alcanzó en el fuselaje, justo debajo de la cabina, y el Messer comenzó a arder. Los dos alemanes subieron para evitar los disparos, y pudieron ver como el solitario avión pilotado por Segurola era alcanzado.
El humo comenzó a inundar la cabina, el teniente pensó que debía lanzarse inmediatamente, pero que era mejor cruzar al suroeste del Berezina para evitar a los rusos, no quería caer prisionero.
Cruzó el rio, pero la cantidad de humo negro en la cabina era insoportable, no podía respirar, cuando intentaba deshacerse del atalaje para salir del avión el humo se convirtió en fuego. Estaba a punto de perder la consciencia, y ya había perdido el control del avión desde que consiguió cruzar el rio.
Los pilotos alemanes informaron que un Messer había caído en llamas al sureste de Paritschi.
El comandante Murcia, que permanecía pendiente del teléfono, fue avisado de que el sector de control de misión había llamado, habían visto caer un Messer. Segurola tenía que estar ya de vuelta, no había duda, era él.
Murcia dio instrucciones para salir al rescate, si estaba vivo había que evitar que cayera en manos de los rusos.
El capitán Arroniz que estaba libre de servicio salió con un coche de la escuadrilla y dos soldados. Quedaban dos horas para que cayera la noche sobre Bobruisk. Volvieron sin encontrar nada.
A la mañana siguiente partieron al alba, en Paritschi pararon para preguntar a unos soldados alemanes que mantenían una posición defensiva. Les indicaron que unos compañeros que se dirigían a retaguardia habían visto caer un avión cerca de la aldea de Moisejewka.
A la una de la tarde llegaron a una zona boscosa que les había indicado un pastor de la zona, el avión estaba a la entrada de la zona boscosa, al lado de un camino.
Los peores temores se habían confirmado, el teniente Segurola estaba dentro del avión, sus restos estaban calcinados, Arroniz, un hombre muy curtido no pudo evitar volver la mirada, mientras uno de los soldados vomitaba.
Improvisaron una cruz con el nombre del teniente, en el lugar en el que había caído, recuperaron sus restos para llevarlos al aeródromo donde esa misma tarde le dieron sepultura.
El 16 de marzo de 1944, el comandante Murcia había aterrizado en Berlín, cumpliendo órdenes de presentarse en la embajada. Allí le esperaba el teniente coronel Salas.
– Buenos días Javier ¿Que tal el viaje? -preguntó Salas para romper el hielo, de lo que sabía que era un trago amargo para el comandante.
– ¿Que es lo que pasa mi teniente coronel? – Murcia no tenía ganas de circunloquios, y menos con alguien que estaba acostumbrado a ir al grano.
– Han dado la orden de repatriación, tenéis que entregar los aviones, y hay que preparar el viaje de vuelta -Salas tampoco quería darle más vueltas.
– Uff -Murcia se sentó pesadamente y se quedó pensativo mirando al suelo- No llevo aquí ni un mes, casi no hemos volado.
– No es decisión mía, ni del embajador – Salas creía que tenía que ser honesto y darle algo más de información – esta decisión la tomó Franco por consejo de Gómez-Jordana en octubre. No sé cómo no han repatriado a la cuarta esta navidad.
– Pero ahora nos necesitan más que nunca, están perdiendo a todos sus pilotos con experiencia, y los rojos van a entrar en Alemania – el comandante Murcia seguía sin entender la decisión.
– Creo que de eso se trata, la guerra está perdida, si se abre otro frente en el oeste solo será cuestión de tiempo que Alemania se rinda. Los bombardeos estratégicos nocturnos están arrasando Alemania, hay problemas serios de suministro de combustible -Salas guardó un incómodo silencio.
– Muy bien ¿Cuáles son las ordenes? – preguntó Murcia resignado.
– De eso hablaremos mañana, ahora vamos a cenar y a descansar.
Diez días más tarde, los pilotos de la quinta escuadrilla azul, con su comandante a la cabeza, tomaban un desayuno de despedida con los pilotos alemanes de Bobruisk, encabezados por el teniente coronel Nordmann.
El Junkers 52 de enlace esperaba en el aparcamiento.
Subieron al avión y despegaron de regreso a España. Nordmann observó al avión, pilotado por el teniente Cruzate, alejarse hasta que se perdió en el horizonte.
Desde el 1 de octubre de 1941 hasta el 26 de marzo de 1944, los pilotos españoles habían acompañado a los de la Luftwaffe durante dos años y medio en el frente del este, sufriendo diecinueve bajas. Habían derribado 164 aviones enemigos, realizando casi 5000 servicios de guerra.
No todos regresaban, aparte de las bajas, el capitán Asensi permanecería casi doce años perdido en los gulags de Stalin.
Salas permanecería en Berlín hasta marzo de 1945, poco antes de la rendición.
Bibliografía:
Cuarta Escuadrilla Azul (La biblioteca del Guripa 09/21) Antonio Duarte.
La escuadrilla azul. Jorge Fernández-Coppel.
FUENTE