Manuel Parrilla Gil, asociado de AEME, nos relata con su inconfundible estilo, una recreación de los mas importantes vuelos, autor del libro “Sol y Moscas”, en este apunte nos relata como se realizó el “primer raid internacional” de nuestra aviación militar.
Todavía era de noche, acababan de dar las siete de la mañana de aquel frío 1 de febrero de 1920, cuando los dos tenientes salieron del Pabellón de Oficiales de Cuatro Vientos, apodado el “Palace”, por su majestuoso aspecto. Habían desayunado solos, el pabellón estaba desierto. Aunque en la biblioteca saludaron al comandante Emilio Herrera, que estaba inmerso en sus estudios, preparando la jornada en el laboratorio aerodinámico.
-A la orden mi comandante, nos vamos a Lisboa- saludó el teniente Carmelo de las Morenas, como el que no quiere la cosa.
-Buenos días, es verdad, hoy es vuestro primer intento -contestó Herrera.
-Nos inspiraremos en su hazaña de hace seis años, cuando usted y Echagüe cruzaron el estrecho desde Tetuán a Sevilla -dijo el teniente Pedro Peñaranda, que sería el observador de aquel vuelo.
-Parece que vais a tener buen tiempo, creo que tenemos altas presiones en Sevilla y Madrid, pero cuidado con las nieblas -dijo Herrera sonriendo.
-Nos vamos ya mi comandante, hemos quedado con el comandante Gonzalo, el jefe del servicio cartográfico y meteorológico- dijo De las Morenas a modo de despedida.
-Buen vuelo- se despidió Herrera volviendo la vista a sus papeles.
Ya en la calle se dirigieron hacia el sur, hasta el edificio donde se había establecido la jefatura del servicio meteorológico, allí les esperaba el comandante Luis Gonzalo Vitoria, el capitán jefe de la Escuela de Mecánicos, Alberto Álvarez de Rementería y dos tenientes pilotos.
Estuvieron repasando la ruta durante una hora. La previsión era de vientos flojos y presiones altas. Habían llegado dos cables, uno desde Lisboa y otro desde Cáceres, cielos despejados y altas presiones.
Salieron del edificio ya de día, acababa de amanecer una hora antes, el sol empezaba a calentar tímidamente.
Caminaron junto a sus compañeros hasta llegar a su avión, donde les esperaban los mecánicos.
El avión estaba aparcado al lado de la torre de señales, que todavía no había sido inaugurada. De hecho el maestro albañil, José Alegría, y dos peones, ya estaban trabajando en los últimos acabados para su inauguración inminente.
Aquel no iba a ser el primer intento, pero era la primera vez que un avión español iba a cruzar una frontera internacional. Pero todos los permisos estaban en regla y el Agregado Aéreo en Lisboa ya tenía previsto desplazarse a Alverca para recibir a los intrépidos pilotos.
Para ese vuelo habían elegido un avión del que España tenía solo un ejemplar, había llegado un año antes fruto de las gestiones que el comandante Emilio Herrera como presidente de la comisión de compras había hecho en 1917 en su viaje por París, Londres, Edimburgo, Glasgow y Bruselas.
El avión era el francés Salmson 2, un avión de reconocimiento bastante utilizado por los ejércitos de Francia y Estados Unidos, y que habían elegido por su rapidez.
Para asegurar la llegada a Lisboa habían preparado una cuba de combustible en un campo a las afueras de Malpartida de Cáceres donde harían escala.
Había una brisa muy ligera del oeste, así que despegaron con el sol en cola y comenzaron a ascender hacia el suroeste, con la Sierra siempre a su derecha, el día era magnifico, con una gran visibilidad y una atmósfera totalmente estable.
Dos años antes, el 20 de enero de 1918, lo que empezó como una broma del capitán Guillermo Delgado Brackenbury, se convertiría para el teniente De las Morenas en un peligroso vuelo con su amigo y compañero Rementería.
Eran otra vez los primeros en intentar superar el reto. Rementería como piloto y De las Morenas como observador habían despegado de Tablada para intentar cubrir sin escalas la distancia que los separaba de Cuatro Vientos en el menor tiempo posible.
Fue Rementería quien le contó, como el capitan Delgado Brackenbury, aquellos días en situación B, sin actividad, descansando en su pueblo, Las Cabezas de San Juan, solía pasar algunos días en el pabellón de oficiales de Tablada, para no perder el contacto con los aviones y con sus compañeros. En una de sus sobremesas, el capitán propuso comprar una copa para el que primero lograra unir Cuatro Vientos con Tablada en cualquiera de los dos sentidos, sin escalas y en el menor tiempo.
En uno de sus viajes a Madrid, Delgado Brackenbury, lo consultó con el mando, y lo propuso entre los oficiales de Cuatro Vientos, dejando el trofeo en manos de Ricardo Ruiz Ferry, alto directivo del Real Aero club de España, que actuaría como Juez de la competición.
Rementería le explicó que la “Copa Delgado Brackenbury” tenía como fecha limite para realizar el vuelo hasta el 15 de marzo. No quisieron perder más tiempo, y eligieron un avión Barrón W dotado de un motor de Hispano de 140CV. El Barrón se estaba utilizando en Africa, y por eso contaban con varios en Tablada, donde hacían escala en su viaje a Tetuán.
Aquel día también tenían previsiones de buen tiempo, pero el servicio meteorológico era muy local, y cuando llevaban dos horas y media de vuelo, se encontraron con una gran barrera de cúmulos en los Montes de Toledo, no tenían forma de rodearlos, ni tampoco podían pasar por debajo.
Rementería decidió que lo mejor era subir y pasar por arriba, pero incluso cuando se acercaban al techo del avión, por encima de los 4000 metros, tenían que darse la vuelta, incapaces de superar la inmensa mole de nubes, que les zarandeaba hasta que perdían los nervios y la confianza.
Poco a poco, buscando huecos, fueron desplazando su ruta hacía el este.
La situación era complicada, no veían la forma de superar la barrera de nubes, y cuando ya se temían lo peor, pues llevaban cinco horas volando y se les agotaba el combustible, volando entre capas de nubes a dos mil quinientos metros de altura, pudieron bajar por un pequeño hueco a través del cual se divisaba el rio Tajo. Aterrizando en un prado cercano al pueblo de Illana. El teniente Carmelo De las Morenas, recordaba perfectamente como se abrazaron después del accidentado aterrizaje, cuando él y Rementería habían temido seriamente por sus vidas.
Con solo veinticinco años, Carmelo había perdido a su padre en el sitio de Baler, en Filipinas. Su padre marchó a Filipinas con el Batallón Expedicionario de Cazadores nº 9, cuando él tenía un año, y murió allí. Su padre fue uno de los héroes de Filipinas.
La “Copa Delgado Brackenbury” se fue para Cuatro Vientos, la ganó la tripulación formada por el capitán Alfonso Fanjul Goñi y el teniente José María Aymat. Aunque con viento favorable y con el único Barrón W que ya tenía instalado el motor Hispano V8 de 180CV. lo cual era una indudable ventaja en cuanto a velocidad.
Con esa espinita clavada, de sus tiempos de observador, y tras haberse hecho piloto, y profesor en Cuatro Vientos, tomaba Carmelo De las Morenas, los mandos del rápido y bonito Salmson 2 para completar el primer Raid Internacional de España.
Volaban a dos mil metros, y el frío de febrero ya empezaba a calar los huesos. En el horizonte, al norte, la imponente mole de la sierra de Gredos, completamente nevada, destacaba con una belleza extraordinaria. Cuando pasaban diez minutos de las nueve de la mañana sobrevolaron el castillo de Oropesa. Peñaranda le pasó una nota por encima del hombro, estaban correctos en ruta y la velocidad media era de 186 km/h. La hora estimada para llegar a Cáceres eran las diez menos cinco de la mañana. De las Morenas levantó el pulgar y sonrió.
La sonrisa duró muy poco, cuando se acercaban al pico del Miravete, al otro lado del puerto se divisaba un enorme mar de niebla, que ocupaba los valles del rio Almonte y Tamuja.
En esas condiciones no podían navegar, y lo peor de todo es que Cáceres estuviese cubierto por la niebla, en cuyo caso no podrían repostar como tenían previsto. Que poco duraba la alegría para el piloto en aquellos tiempos. Continuarían volando en la misma dirección, ya buscarían la forma de solucionar el problema.
Cuando faltaba un cuarto de hora para las diez, el teniente De las Morenas redujo instintivamente la velocidad buscando indicios entre la niebla. Al sur, a lo lejos, se divisaba claramente sobre el mar de niebla, lo que Peñaranda había identificado como la sierra de Montanchez. Al poco, los dos aviadores divisaron el limite de la zona de nieblas hacia el oeste, era la sierra de Fuentes, al este de Cáceres, y aunque la ciudad estaba oculta en la parte oeste que daba al arroyo de la Ribera, pudieron ver con claridad la plaza Mayor, con las torres de la Yerba y del Horno, al sur. Solo tenían que seguir la carretera de Malpartida y aterrizar. El viento estaba en calma, así que con un suave viraje a la derecha, De las Morenas aterrizó con rumbo norte aprovechando la mayor longitud de la pradera, y rodó ágilmente hasta donde les esperaba un vehículo militar y un camión cisterna. Eran las diez de la mañana.
-Buenos días mi teniente – saludó un sargento de ingenieros que le esperaba con dos soldados – han sido muy rápidos, les esperábamos más tarde.
-Buenos días -contestó el teniente De las Morenas- la verdad es que este avión es una maravilla ¡Corre que se las pela!- soltó una risotada.
-Nos habéis traído algo de comer -preguntó Peñaranda.
-Si claro -contestó el sargento haciendo una señal a uno de los soldados- ¿vamos a repostar ya?
-Si -contestó De las Morenas- primero ponemos el combustible y luego ya comeremos y descansaremos un rato.
Planos del Salmson Type2 A.2 en el que De las Morenas y Peñaranda volaron a Lisboa
Desde el pueblo de Malpartida, a un kilometro escaso, se habían acercado varios paisanos a curiosear, entre los que estaba el alcalde, que también había llevado algo de comida. Tenían una cafetera, leche caliente, un pan caliente, chorizo, queso, y naranjas. Sacaron una mesa y unos taburetes, y compartieron la comida con el alcalde. A las doce estaban listos para despegar rumbo a Lisboa.
Con el deposito y el estomago lleno, y con una temperatura mucho más agradable llegaron a la frontera. Peñaranda reconoció el inconfundible pueblo portugués de Portalegre. Muy poco tiempo después, el enorme estuario del rio Tajo estaba a la vista, en la parte norte estaba Alverca, el aeródromo militar más importante de Portugal.
Cuando aterrizó en Alverca, el teniente Carmelo de las Morenas no tuvo más remedio que recordar la sensación de alivio que tuvo al aterrizar dos años antes en Illana casi sin combustible, y la sensación placentera que le producía encontrarse en Portugal, a mediodia, un día de principios de febrero para entrar en la historia como el piloto del primer raid internacional de España.
Una semana disfrutando en Lisboa, para volver el día 8 de febrero desde el aeródromo de Amadora, que en ese momento se estaba convirtiendo en el principal aeródromo de Portugal.
Todos los hombres que participaron en aquellos días en la “Copa Delgado Brackenbury” y en los diferentes retos de altura y velocidad, que solo perseguían un progreso constante en la pericia de las tripulaciones, tuvieron actuaciones destacadas en la guerra que se avecinaba en el protectorado español de Marruecos. Pero eso ya lo contaremos en otras historias.
Bibliographic:
Copa Delgado Brackenbury. El recuerdo de una gran aventura 1919. Manuel José Pérez Ponce.
Biografías de los protagonistas. Real Academia de la Historia.
Fuente: