Presentación en el Congreso de un libro que habla bien de España: Manual para españoles sin complejos.

Presentación en el Congreso de un libro que habla bien de España: Manual para españoles sin complejos.

 

Durante la tarde noche de este jueves, mientras el mundo entero miraba el inicio de una guerra en Ucrania, un reducido grupo de españoles celebraba tímidamente una pequeña victoria personal. “Hace tres años, habría sido impensable presentar en el Congreso de los Diputados un libro que hablase bien de España”, explicó Juan Sánchez Galera, uno de sus autores. El contraste era llamativo y ellos eran muy conscientes de ello. Por eso, no había frivolidad en sus palabras. Antes de empezar, inevitablemente, cada uno de los ponentes lamentó “los tiempos de incertidumbre y prepotencia que nos está tocando vivir”.

Fuera del edificio se intuía una tarde gris, que anunciaba la primera tormenta en meses sobre la capital. La agenda, pese a todo, todavía mandaba y ninguno de ellos podía sospechar que el mismo día del estallido del conflicto histórico más relevante en décadas iba a ser el que tenían agendado para hablar de otra historia, concluida hace tiempo, aunque con suficientes ecos en el presente como para centrar su atención.

Junto a Sánchez Galera estaba Pedro Fernández Barbadillo, colaborador de esta casa y coautor de Manual para españoles sin complejos (edaf), un repaso exhaustivo a muchas de las aportaciones de la hispanidad a la civilización mundial. O, hablando en términos editoriales, el último título que trata de “desbaratar los embustes de la leyenda negra”. “Nuestro objetivo es dar motivo a los españoles con complejos para levantar la cabeza; darle réplica a todas las mentiras y maldades que nos quieren hacer creer”, resumió Barbadillo.

En los últimos tiempos se ha creado una corriente favorable que facilita la revisión de ciertos tópicos acerca del legado del Imperio español. Manual para españoles sin complejos entra de lleno en esa categoría. El vídeo promocional elaborado para vender el libro lo resume perfectamente: “El español es el pueblo más avergonzado de sus logros. Sus complejos le asfixian”, puede escucharse en él. Y apunta a dos enemigos a batir: “Tanto la leyenda negra tradicional como la moderna, recreada por los nacionalismos periféricos para consolidar su odio a España”.

Podría decirse que el contenido del libro funciona desde la comparación. La hispanidad, “teóricamente esa comunidad atrasada, oscurantista y contraria al progreso”, habría aportado algunos de los logros más importantes que permitieron el desarrollo de la civilización tal y como la conocemos hoy. “Tiene tantas cosas de las que enorgullecerse o más que el Imperio británico o el francés“. Desde el calendario actual, “con el que todo el mundo cuenta sus días y celebra sus cumpleaños” hasta los primeros estudios serios sobre economía, desarrollados por la Escuela de Salamanca, pasando por la Escuela de traductores de Toledo, “sin la que el Renacimiento italiano habría sido imposible”, las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, “que iluminaron el pensamiento europeo durante siglos hasta la aparición de la primera enciclopedia”, el nacimiento del parlamentarismo en las Cortes de León, “la prohibición de la esclavitud por parte de la reina Isabel de Castilla, varios siglos antes de que el resto de potencias occidentales le siguieran los pasos”, o el desarrollo embrionario de lo que luego serían los derechos humanos, llevado a cabo por Francisco de Vitoria.

“En contra de toda evidencia, lo que han quedado han sido cuatro tópicos inventados que no se sostienen”, expuso Sánchez Galera. “La Inquisición, el genocidio indígena, la expulsión de los judíos y cuatro cosas más”. La respuesta a todos ellos, sin embargo, es meridiana. “De todo de lo que pudieran acusar a los españoles hace siglos, sus enemigos pecaban más”. “España no fue la primera que expulsó a los judíos, ni llevó a cabo un exterminio sistematizado de indígenas como sí hicieron todas y cada una de las potencias colonizadoras de la época”. Por el contrario, se preocupó por incorporar a las gentes que poblaban los territorios descubiertos, “convirtiéndolas en vasallas de la Corona y súbditas españolas de pleno derecho”. En cualquier caso, en opinión de los autores, el de España fue un ejemplo de avance que se adelantó varios cientos de años a lo que después sería considerado deseable por aquellos que “idearon la leyenda negra que pretendía socavar la reputación de la mayor potencia del momento”.

España y catolicismo

Una de las preguntas que suelen hacerse cuando se habla de leyenda negra es por qué algunos iban a querer seguir promulgándola en estos tiempos en los que España ha pasado a ser un actor irrelevante en el panorama mundial. Para los autores, existen dos explicaciones independientes a ese fenómeno. “Lo principal es que hemos sido nosotros los primeros que nos hemos creído la propaganda que desarrollaron nuestros enemigos hace siglos“, contesta Barbadillo. “Estudiamos y nos regodeamos con la derrota de la Gran Armada, pero nadie recuerda las palizas que le dimos a Drake cuando llevó a cabo su Contraarmada. Del mismo modo, defendemos sin ruborizarnos que fue la invasión musulmana de la península la que trajo avances técnicos, culturales y científicos indispensables, como si los reinos cristianos no hubiera recibido directamente el legado romano”.

La otra la anuncia Sánchez Galera. “La verdad es que no podemos entender lo que es la leyenda negra de España si no comprendemos antes lo que es el odio furibundo sobre la Iglesia católica que se ha desarrollado desde la Revolución Francesa”, dice. “El caso es que la mejor forma de combatir a la Iglesia es atacar la historia de España, porque es la demostración práctica, factible, de que las enseñanzas católicas han aportado algunos de los mejores avances de la historia de la humanidad”.

A ese respecto, y preguntado sobre el asunto, Barbadillo respondió a Arturo Pérez-Reverte, que en repetidas ocasiones ha subrayado que los dos máximos errores históricos de España fueron “equivocarse de Dios y de monarca”. “No sé muy bien en qué fundamenta esa visión. No sé si habría preferido que tuviésemos un Enrique VIII, que se erigió también en la cabeza de su propia Iglesia y que fundó así el mayor despotismo de su época, aglutinando todo el poder en su corona”. Denunció de esa manera una “idealización de la historia de otros países europeos, del protestantismo y de la Ilustración”, que suele ser utilizada para resaltar los aspectos más negativos de nuestro propio legado.

 

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