Nuestro asociado el General de Ejercito Luis Alejandre, publica en La razón esta interesante reflexión, sobre los magnicidios ocurridos en los últimos años.
El asesinato político
No es que tengamos la exclusiva de los asesinatos políticos: recordemos los atentados mortales cometidos en los EE.UU. contra Lincoln, Garfield, Mc Kinley y Kennedy y los intentos contra Roosevelt, Reagan y otros quince presidentes; como también escapó dos veces nuestro Maura. A raíz del atentado que costó la vida a la Presidenta de la India Indira Gandhi se publicó una relación de magnicidios ocurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial: 50. Es la forma en que algunos piensan que se puede cambiar la política de un país, recurriendo a la eliminación física de su primera autoridad política, en lugar de confiar en un cambio de sentido de la misma, mediante el recurso a los votos. Otros deben pensar que el riesgo a un atentado forma parte del bagaje de un dirigente, es decir, que «entra en el sueldo». Pero en realidad hablamos de puro terrorismo que no calcula las consecuencias negativas derivadas del asesinato, en nuestro caso, el incierto devenir de la primera mitad del siglo XX.
Sin ser un atentado contra un Jefe de Gobierno, pero si contra un líder de la oposición con la agravante de ser cometido por el aparato del propio gobierno, no hay duda que el asesinato de Calvo Sotelo un 13 de Julio de 1936 propició el comienzo de nuestra Guerra Civil. Imaginemos hoy que un grupo de policías uniformados detienen a Casado en su domicilio y luego abandonan su cadáver en las tapias del cementerio de la Almudena.
Pero siendo grande la repercusión de un magnicidio en tiempos de la Restauración, sus ecos llegaban a la población a borbotones, en las siguientes 24 o 48 horas, cuando llegaban. En muchos lugares, quizás, solo en las misas del domingo o domingos siguientes.
Pero hoy, cualquier sencilla «salida de vía o de léxico» es conocida por miles de ciudadanos abonados a las redes, en cuestión de minutos. Esta inmediatez viene acompañada de falta de reflexión y ponderación, necesarias para evaluar su alcance. En consecuencia conduce al juicio temerario y a la sentencia; por supuesto a la manipulación. Y si esta viene avalada por la imagen que recoge el noticiario inmediato o la portada de un medio y, sobre todo, si es reiterada en los sucesivos, la presunción de inocencia queda fuera de lugar. Solo al cabo de cinco o seis años, la Justicia con mayúscula resolverá el caso a favor o en contra. Para los canallas, una forma de publicidad que explotarán en platós televisivos. Para muchos honestos acusados falsamente, la recuperación de su honorabilidad. Pero el daño moral infligido, irrecuperable.
Son 169 las portadas que dedicó un diario de tirada nacional al tema del Partido Popular de Valencia que hoy sentencias del Supremo y de la Sección Cuarta de la Audiencia valenciana han descalificado como acusaciones que «en modo alguno pueden sostenerse más allá del espacio de la mera sospecha» o que proceden «más de la confesión de una suposición, que del conocimiento de un hecho».
Muchos lo pueden celebrar. Pero una Rita Barberá, abandonada incluso por su partido, no lo pudo superar. Otra forma del asesinato político.
Luis Alejandre Sintes
Fuente:
La Razón