RUSIA ABANDONA DEFINITIVAMENTE EL TRATADO DE CIELOS ABIERTOS

El alférez reservista D. Luis V. Perez Gil, doctor en Derecho, asociado de AEME, publica en su blog este interesante resumen sobre los avatares  propiciados por Rusia  y EE.UU en el  OPEN SKIES

 

RUSIA ABANDONA DEFINITIVAMENTE EL TRATADO DE CIELOS ABIERTOS

 

El 22 de noviembre de 2020 los Estados Unidos dejaron de formar parte del Tratado de Cielos Abiertos, firmado en Helsinki el 24 de marzo de 1992 y en vigor desde el 1 de enero de 2002, después de transcurrir el plazo de seis meses estipulado para los casos de denuncia y abandono. Los responsables de la política exterior americana argumentaron que su retirada se fundamentaba en el reiterado incumplimiento por la parte rusa de cláusulas fundamentales del tratado, aunque las alegaciones parecían bastante burdas y formaban parte de la estrategia de la Administración Trump de forzar una renegociación integral del mucho más importante y fundamental Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Nuevo START), firmado en Praga el 8 de abril de 2010, cuya vigencia expiraba el 5 de febrero de 2021. El objetivo de Washington era incluir a la China comunista en un régimen de control de armas global, lo que fue recibido con indiferencia por Moscú y rechazado de plano por Pekín, cada uno con sus propios intereses estratégicos –véase la entrada LA RETIRADA DE LOS ESTADOS UNIDOS DEL TRATADO DE CIELOS ABIERTOS, de junio de 2020–. De hecho, el 22 de mayo de 2020 doce países de la OTAN, entre ellos Francia y Alemania, firmaron una declaración conjunta en la que lamentaron la decisión de retirada anunciada por el gobierno americano –el texto de la declaración está disponible en el sitio web del Ministerio de Asuntos Exteriores francés– . Como sabemos, el presidente Trump no revalidó su mandato y su sucesor aceptó de inmediato prorrogar el Nuevo START en condiciones mucho más favorables a las propuestas por Moscú solo escasos meses meses antes. El 26 de enero de 2021 los presidentes Biden y Putin acordaron en una conversación telefónica directa la prórroga del tratado por un plazo máximo de cinco años, acuerdo que no requería de ningún trámite de autorización interna por los respectivos parlamentos nacionales e impedía bloqueos de última hora, que han causado a lo largo de la historia auténticos escarnios a la política exterior americana –véase la entrada «AHORA MES VES»: LOS ESTADOS UNIDOS Y RUSIA ACUERDAN PRORROGAR EL TRATADO NUEVO START, de enero de 2021–. Durante este período Moscú planteó la posibilidad de continuar en el Tratado del Cielos Abiertos, siempre y cuando el resto de las partes, la mayoría países miembros de la OTAN, se comprometieran a no pasar la información obtenida en los vuelos de inspección a los Estados Unidos, que ya no formaba parte del mismo –véase RUSIA TAMBIÉN ANUNCIA LA RETIRADA DEL TRATADO DE CIELOS ABIERTOS, de enero de 2021–. Es evidente que la propuesta rusa era ilusoria y parecía desconocer las dinámicas internas de la OTAN o, simplemente, trataba de explotar en su favor el anuncio de su propia retirada, justificándola en la falta de compromiso de las otras partes para mantener en vigor uno de los tratados que pusieron fin a la Guerra Fría y que formaba parte del régimen internacional de control de armas. Después del acuerdo de prórroga del Nuevo START, se planteó la posibilidad –mínima, todo hay que decirlo– de que la nueva Administración Biden reconsiderara la retirada del Tratado de Cielos Abiertos y volviera a sumarse al mismo, desandando el camino hecho por la presidencia anterior. Sin embargo, esta propuesta chocó de lleno con uno de los fundamentos de la política exterior americana: a pesar del cambio de orientación política de su presidencia, las decisiones importantes en materia de seguridad y defensa permanecen durante largos periodos de tiempo. Y la llegada del presidente Biden a la Casa Blanca, a pesar de declaraciones políticas grandilocuentes y de las ilusiones de algunos profetas de la nueva era, no alteró las decisiones más importantes adoptadas por la Administración anterior. Incluso, podemos considerar retrospectivamente que algunas de ellas salieron adelante de forma mucho más tranquila –política y, sobre todo, mediáticamente– que en el caso de que el presidente Trump hubiera seguido en el cargo; nos referimos en concreto a la decisión de renovar el Nuevo START en condiciones descaradamente favorables para Moscú, a la retirada a la carrera de Afganistán, dejando el país en manos de los talibán, o al pragmatismo con el que se le ha hecho saber a Kiev que está “solo ante el peligro” ruso –en este punto véase nuestro ensayo «UCRANIA Y POLONIA Y EL DILEMA DE LA SEGURIDAD  DE RUSIA», de noviembre de 2021–. Por tanto, transcurrido el plazo de seis meses que hemos comentado más arriba desde el anuncio de retirada del tratado, un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso realizado el 18 de diciembre de 2021 justificó la salida rusa del Tratado de Cielos Abiertos en que “la política imperante de Washington es destruir los acuerdos alcanzados anteriormente en el campo del control de armas” -el comunicado oficial puede consultar en su sitio web oficial-. Y no podemos decir que estén desacertados: los Estados Unidos anunciaron y llevaron a efecto la retirada unilateral del Tratado de Sistemas Antimisiles Balísticos (Tratado ABM) en 2002, del Tratado de Prohibición de Misiles de Corto y Medio Alcance (Tratado INF) en 2019 y del Tratado de Cielos Abiertos en 2020 –sin olvidar por su importancia regional el Pacto Nuclear con Irán (PAIC) en 2018–. Todos estos tratados internacionales, más el Nuevo START que es el único que sigue en vigor, formaban parte del régimen de control de armas que puso fin a la Guerra Fría, consolidó el régimen de estabilidad estratégica entre los Estados Unidos y Rusia y permitió un período de paz que ha durado hasta ahora. Precisamente, la prórroga del Nuevo START trató de salvar in extremis la vigencia de este régimen, cuya desaparición implicaría un período más o menos largo de incertidumbre y enfrentamiento entre las grandes potencias hasta la creación de un régimen implícito de seguridad, con el agravante de que el sistema de seguridad global ya no es bipolar, sino que existe una tercera potencia emergente –revolucionaria, en términos morgentahuanianos–, China, que aspira y quiere participar en la creación de las normas internacionales, que se imponen al resto de los actores. En este escenario es el que Moscú, ahora mismo, está apostando fuertemente por alcanzar un nuevo acuerdo de Yalta que reconozca su papel de gran potencia en el sistema europeo de seguridad, recuperando la propuesta de Tratado de Seguridad Europea efectuada por el presidente Medvedev el 29 de noviembre de 2010. El 15 de diciembre de 2021 el Kremlin envío a los Estados Unidos y a la OTAN sendas propuestas de acuerdos para consolidar la recuperación de su influencia en el «extranjero cercano», establecer definitivamente las fronteras con el Bloque occidental en el continente europeo y recuperar el ritmo de crecimiento y desarrollo económico que necesita el régimen putiniano para mantenerse después de la retirada del mismo Putin -el contenido de las propuestas fue publicado en el muro oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso en Facebook-. Por tanto, las dinámicas bilaterales de Moscú y Washington se mueven en este escenario ambivalente de intentar mantener el régimen de estabilidad estratégica y lidiar con el reto de la nueva gran potencia china, que tiene aspiraciones globales, que no choca directamente con Rusia aunque podría hacerlo circunstancialmente, pero que sí está en franca pugna con los Estados Unidos y, como hemos dicho en otras ocasiones, se está gestando un enfrentamiento de grandes proporciones entre ambas por el poder y la influencia en el área del Indo-Pacífico.

 

Fuente:

https://ullderechointernacional.blogspot.com/2021/12/rusia-abandona-definitivamente-el.html