EN TORNO AL FUTURO DE LA OTAN
La OTAN, alianza militar que hoy día consta de 30 miembros a ambos lados del Atlántico, ha cumplido setenta y dos años en abril pasado, y desde el final de la Guerra Fría – caída del muro de Berlín, implosión de la Unión Soviética y disolución del Pacto de Varsovia – se ha venido especulando sobre su utilidad y su futuro. El futuro siempre es impredecible, y difícilmente manipulable pese a los esfuerzos de la prospectiva; los hechos lo van configurando con el paso del tiempo y, si no todos, algunos pueden evitarse si se tiene la posibilidad de preverlos, y la voluntad de impedir que se produzcan. Y es la sucesión de hechos y sus consecuencias, previsibles o no, la que elabora, en mayor o menor medida, el futuro que hemos de vivir nosotros o los que nos sigan.
En 1949, tanto los países de Europa Occidental como los Estados Unidos y Canadá, veían con inquietud que la Unión Soviética no sólo no había desmovilizado sus fuerzas al finalizar la Segunda Guerra Mundial, sino que había impuesto regímenes comunistas en algunos países de Europa Central y Oriental y promovía movimientos subversivos en otros. Entre 1947 y 1949, Noruega, Grecia y Turquía sufrieron amenazas directas a su soberanía nacional, en abril de 1948 comenzó el bloqueo de Berlín y en junio de ese mismo año se produjo un golpe de Estado en Checoslovaquia.
Estos acontecimientos provocaron que, tras la firma en marzo de 1948 del Tratado de Bruselas entre Francia, Reino Unido, Bélgica, Holanda y Luxemburgo para desarrollar un sistema común de defensa y estrechar lazos ante la amenaza del coloso soviético, posteriores negociaciones con Estados Unidos y Canadá desembocaran en abril de 1949 en la firma del Tratado de Washington, por el que se creaba la Alianza del Atlántico Norte, a la que fueron invitados Dinamarca, Islandia, Italia, Noruega y Portugal. Grecia y Turquía se sumaron en 1952, la República Federal de Alemania en 1955, y España en 1982.
Las bases del Tratado eran, y son, las siguientes: los miembros se adhieren libremente a la Alianza tras un debate público y el consiguiente proceso parlamentario; el Tratado garantiza los derechos y las obligaciones internacionales de cada uno de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas ; todos están comprometidos a compartir riesgos y responsabilidades del mismo modo que los beneficios de la seguridad colectiva ; requiere de cada uno de ellos la no adhesión a cualquier otro compromiso internacional que pueda entrar en conflicto con el Tratado y, además, una de capital importancia: las decisiones se toman por consenso, es decir, por unanimidad, no por mayoría. Este punto es crucial, y garantiza la soberanía de todos y su igualdad en la responsabilidad de las decisiones de la Alianza, que es una de las claves de su pervivencia y de su éxito.
Hoy día, setenta y dos años después, la Alianza cuenta con treinta miembros y su principal enemigo y la razón de su nacimiento, la Unión Soviética, ha dejado de existir. Y todo ello, sin ningún enfrentamiento directo contra el adversario contra el que se había constituido. Puede decirse con razón que ninguna otra alianza defensiva de la Historia ha conseguido lo mismo, a pesar de ciertos contratiempos como la salida de Francia de la estructura de mandos integrados en 1966 y el abandono posterior por la Organización de su sede parisina por decisión del entonces presidente galo, el general De Gaulle, que deseaba que su país ejerciese su plena soberanía defensiva. Francia, sin embargo, no abandonó nunca la Alianza Atlántica, y se reintegró de nuevo a la estructura militar de la misma en marzo de 2009, bajo la presidencia de Nicolás Sarkozy.
Podría decirse, pues, que la historia de la OTAN es la historia de un éxito y, por tanto, que su futuro está, en una situación de los asuntos internacionales problemática e impredecible como la actual, firmemente asegurado. En este tiempo, el lazo transatlántico entre sus miembros, el renombrado “transatlantic link”, se ha ido desarrollando en multitud de aspectos gestionados por numerosas agencias, así como las relaciones, programas y asociaciones con países fuera del espacio de los aliados, como el Diálogo Mediterráneo o el Partenariado por la Paz. El hecho de que dos países que históricamente sostienen relaciones difíciles, como Grecia y Turquía, sean miembros, ha procurado en todo este tiempo un ambiente de general estabilidad en el flanco sureste de Europa.
Miguel Aguirre de Cárcer, Embajador Representante de España en la OTAN de 2013 a 2017, señaló en su trabajo “La adaptación de la OTAN 2014-2017”, tres periodos fundamentales de la Organización desde 1949 a nuestros días: una OTAN 1.0, desde su creación hasta la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, caracterizada por el predominio de una disuasión basada en la “destrucción mutua asegurada”; una OTAN 2.0, desde 1990 a 2014, caracterizada por la búsqueda de un nuevo orden mundial basado en el respeto al derecho internacional y los Acuerdos de Helsinki de 1975, en que se consagraba el respeto a la integridad territorial de todos los países, fomentando la cooperación en la seguridad por parte de todos, incluyendo a la Federación Rusa; y una OTAN 3.0, que ha debido adaptarse a las graves crisis de seguridad que se han desencadenado con la crisis de Ucrania, los graves acontecimientos que han tenido lugar en Oriente Medio, Norte de África y el Sahel. Acontecimientos que continúan hasta nuestros días, aún caliente el último episodio de la toma del poder de nuevo por los talibanes en Afganistán y que puede decirse que es un descalabro mayor de una misión de la OTAN y también de la comunidad internacional.
Así pues, el gran éxito de la Guerra Fría no debe ocultar las sombras de algunos errores que, en geopolítica, tienen consecuencias importantes y duraderas. Y quizá uno de los más graves fue el cometido en Kosovo al final de las operaciones de la OTAN en la región bajo los auspicios de la ONU, cuando se decidió separar la provincia hasta entonces serbia del resto del país, separación que la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas rechazaba explícitamente “reafirmando la adhesión de todos los Estados Miembros al principio de la soberanía e integridad territorial de la República Federativa de Yugoslavia y de los demás Estados de la región”. España miembro de la OTAN, cumplió y sigue cumpliendo escrupulosamente sus obligaciones internacionales, desaprobando la separación, retirando sus tropas en su momento, y negándose a reconocer a Kosovo como Estado. Es evidente que la Federación Rusa entendió lo sucedido como una violación de los Acuerdos de Helsinki, y podría decirse que los polvos de Kosovo han provocado otros lodos y desencuentros que enturbian grandemente la política internacional, y cuya repetición conviene evitar.
A pesar de estas sombras, la OTAN se ha probado como un instrumento importante al servicio de la comunidad internacional y de la paz y la estabilidad mundiales. Su futuro se consolidará en ese sentido; no como una alianza regional al servicio de los intereses de sus miembros, sino como el poderoso soporte de una legalidad internacional común a todos, en que la cooperación frente al enemigo de hoy, el yihadismo terrorista, se convierta en un enorme cinturón de cohesión que abarque el conjunto del planeta, con absoluto respeto a la soberanía e inviolabilidad de los Estados.
Marín Bello Crespo General de Brigada de Infantería (Retirado)
Ex Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Terrestre
Asociación Española de Militares Escritores
Otros digitales en que se publica:
https://ame1.org.es/aeme-paa-2s-21-en-torno-al-futuro-de-la-otan/
https://lacritica.eu/noticia/2571/firmas-varios/en-torno-al-futuro-de-la-otan.html