Sobre la historia reciente del Ejercito del Aire: MATCH 2

El Comandante Manuel Parrilla, asociado de AEME, publica en su blog, un interesante relato de las actividades de  dos grandes  aviadores  en la época de los 70, que desembocó en la adquisición del avión F-104 G y del  F-5, de dotación del Ejército del Aire, citando un artículo de la revista AEROPLANO del asociado de AEME,  D. Rafael de Madariaga, publicado en 1985.

 

 

MACH DOS

Hevia sobre el Focke Wulf 190 en el frente del este.

Eran las doce de la mañana de aquel soleado 2 de abril de 1963, el sol acababa de alcanzar su cenit, y no había una sola nube visible en toda la amplitud del horizonte. Los dos coroneles caminaban por la plataforma de aparcamiento de aviones, flanqueados por un capitan. El coronel Clay Tice, que hasta dos días antes era el segundo jefe del “ Air Force Fligth Test Center” (AFFTC) en la base aérea de Edwards, iba de uniforme. En su solapa llevaba cuidadosamente alineadas, dos hojas de roble de plata y dos de bronce, la cruz aérea distinguida con hojas de roble, la medalla de liberación de Filipinas, una estrella de plata, la medalla de la victoria de la segunda guerra mundial, la medalla de las campañas de Europa, Norte de Africa y Oriente Medio, y tres estrellas de bronce. El otro coronel era español, llevaba un mono de vuelo naranja y en la mano un casco blanco con portavisera y mascarilla de oxigeno, y el gorro del Ejercito del Aire con tres estrellas de ocho puntas, era el coronel Gonzalo Hevia, el máximo as de las escuadrillas azules, con doce victorias en el frente del este, tenia dos Cruces de Hierro y la Medalla Militar individual. Tice era otro as, habiendo derribado dos zeros en el Pacifico antes de obtener sus seis victorias en Europa.

-¿Como ha ido el vuelo Gonzalo? -preguntó Tice con su duro acento de Arizona.

-Suave como la seda, es un buen avión, muy rápido, un interceptador excepcional -contestó Hevia en perfecto inglés. Llevaba un año de Agregado Aéreo en la Embajada de España en Washington.

-¿Habéis alcanzado Mach dos? -Tice miró de reojo al capitán, un joven piloto de pruebas que mantenía un prudente silencio.

-Señor, si lo hemos hecho, perfil bisonico a 36000 pies -contestó el capitán.

-Enhorabuena Gonzalo, creo que eres el primer español en alcanzar Mach dos – Clay Tice se giró y abrazó a su amigo Hevia.

Una hora antes el F104 biplaza despegaba por la pista 08 de Edwards, y sobrevolaba el lago Dry Rogers, un lago seco que el centro de ensayos utilizaba para aterrizar con los aviones experimentales.

Ascendían manteniendo algo más de veinte grados de morro alto, y a una velocidad de 470 nudos, que cambiaron por Mach 0,9 a unos 15000 pies. Al alcanzar 35000 pies aún no habían transcurrido ni dos minutos de vuelo. Hevia había volado el día anterior en el T-38, y también en el F104, pero se habían concentrado en las características de vuelo y no estaba previsto acelerar a la máxima velocidad.

Ese día el coronel Hevia iba en la cabina delantera, y llevaría los mandos durante todo el vuelo. Cuando alcanzaron los 35000 pies se dieron la vuelta para mantener el blanquecino Lago Dry Rogers en el morro. Estaban sobre Mojave, y en ese momento sobrevolaban la Reserva Militar de Fort Irwin.

Hevia repitió de forma mecánica lo que habían comentado en el briefing:

“Aceleramos hasta lo que se produzca antes, luz ámbar intermitente, 720 grados de temperatura de tobera de entrada o Mach dos”.

Inmediatamente aceleró el motor a fondo. Miró al sur, la vista era de una extraordinaria belleza, al oeste de la sierra de San Bernardino se alzaba el monte San Antonio, y tras él, se extendía hasta el mar la enorme ciudad de Los Angeles. Pudo distinguir la bahia de Long Beach, y al sur de esta, la isla Catalina.

Pasaron la velocidad del sonido en pocos segundos, y el avión iba acelerando con suavidad. La única preocupación de Hevia era la velocidad con la que disminuía el nivel de los indicadores de combustible. Alcanzaron Mach 1,8 casi en la vertical de Edwards y continuaron hacía el oeste. A treinta millas al oeste de Edwards alcanzaron mach dos, y se encendió brevemente la luz ámbar.

El coronel Hevia redujo potencia y comenzó un suave viraje al sur rodeando el lago Piute. Fueron ascendiendo suavente hasta 60.000 pies para perder velocidad.

De nuevo tenían ante si una imagen a la que el coronel no estaba acostumbrado, a esa altitud se comenzaba a percibir la curvatura de la tierra y el espesor de la atmósfera mas densa. El cielo era ligeramente mas oscuro, y la tierra mas clara. Comenzaron a descender a velocidad subsonica.

F-104 en la Base Edwards

El coronel Tice había dejado su residencia en Edwards a mediados de marzo, pero su casa estaba muy cerca, en la ladera norte de los montes de Santa Rosa, en Palm Desert, a solo tres horas de Edwards. Los dos coroneles habían cenado un costillar y una botella de vino tinto del Valle de Napa en el Dryden Inn, residencia de la base aérea. Y ahora daban sorbos a un Chivas Regal con hielo, sentados en dos sillones de la biblioteca, Tice fumaba un puro habano y Hevia había encendido un Marlboro.

Se habían conocido en la base Nellis, en 1955, cuando el entonces teniente coronel Tice era el jefe de la Fighter Weapons School, y el entonces teniente coronel Hevia había pasado por varios cursos de transformación para volar reactores, y el 7 de abril de 1955 se convirtió en el primer español que voló el F86 Sabre en Nellis.

Eran dos almas gemelas, Hevia era dos años mayor, y ambos, a pesar de haber combatido en bandos opuestos, eran la esencia de la aviación de combate. Tice dio una calada a su cigarro, exhaló el humo formando tres círculos perfectos sobre la lampara de pie de la biblioteca, dio un trago a su Chivas y dijo:

-¿Que le vas a contar al general Lacalle cuando os reunáis en Washington?

-Lacalle volaría a Washington en unas semanas para cerrar la compra de una remesa de aviones de caza para el Ejercito del Aire.

-Bueno -dijo Hevia pensativo, mientras apuraba un trago de su copa – has sido muy generoso consiguiéndome esos cuatro vuelos ¿tu que opinas?

-Tu conoces vuestras necesidades mejor que yo -dijo Tice – pero el 104 es un caza que marca la diferencia, la velocidad y el armamento son la clave del combate aéreo moderno.

-Esta claro -asintió Hevia – pero pienso que es mucho avión, con muchos problemas de mantenimiento y complejo en muchos aspectos. Creo que nos viene mejor el F5, y así se lo diré a Lacalle.

Los dos quedaron pensativos, Tice jugueteaba removiendo los cubos de hielo de su copa, mientras Hevia abría y cerraba un mechero zippo con el emblema del “Air Force Fligth Test Center”, bajo el emblema habían grabado las palabras “MACH TWO” y la fecha.

-Siempre me he preguntado, fuiste el primer americano en aterrizar en Japón en la segunda guerra mundial – Hevia encendió un cigarrillo – ¿Realmente fue una emergencia? Yo creo que os la jugasteis.

-En realidad fue un error del teniente Hall, aunque la versión oficial fue que fallaron las bombas de trasvase de su Lightning -Tice hablaba en voz baja- Las ordenes eran volver a Okinawa y si no llegábamos, lanzarse sobre el Mar de Japón y esperar la balsa del B-17 de rescate, hasta que pudiera llegar el submarino de rescate.

El 25 de agosto de 1945, ocho aviones P-38 Lightning despegaron de Motobu, una pista del norte de la isla de Okinawa, para dirigirse a reconocer la península de Kyushu, en el sur de Japón, y atacar cualquier movimiento de tropas japonesas, ya fuera en el mar o sobre tierra, y especialmente debían fotografiar la ciudad de Nagasaki, que había sufrido el segundo ataque nuclear de los Estados Unidos. Dos de los aviones regresaron por fallos mecánicos, antes de sobrevolar la isla de Toshima. El resto sobrevolaba el territorio japonés, en Makurazaki a las 9:50 hora local, una hora y cuarenta y cinco minutos después del despegue de Okinawa. Era la primera misión del bisoño teniente Hall, y olvidó trasvasar los tanques de ferry, que eran tanques integrados en la estructura de los planos. Llevaban 700 galones de combustible para una misión en la que consumirían 610 galones. El teniente Hall, sin comprobar el estado de los tanques de ferry, lanzó el bidón exterior, donde aún tenia casi los 300 galones que habían cargado, entre la isla de Mishima y la península de Kyushu. A las 11:43 hora local, después de haber sobrevolado la ciudad de Nagasaki, el capitán Kopecky jefe del segundo elemento informó a Tice de que su punto, el teniente Hall tenia solo 140 galones de combustible.

El teniente Coronel Clay Tice en Japón.

-Ese chaval había lanzado su bidón cuando estaba casi lleno -dijo Tice- para mi fue una decisión difícil, casi todos los aeródromos del sur de Japón estaban minados, o llenos de obstáculos en las pistas, para evitar que los usáramos. Algunos estaban operativos, pero los japoneses eran fanáticos, dispuestos a matar a cualquier americano que pisara su suelo sagrado.

-Entonces ¿porque decides aterrizar en Nittagahara? – preguntó Hevia, Tice se había levantado, ahora estaban en la pequeña barra del club, había rellenado los vasos con tres cubitos de hielo y había puesto dos generosos chorros de Chivas Regal. Se quedaron en la barra.

-Hall era un verdadero novato, la única garantía de lanzarse en paracaídas con una mínima seguridad del P-38 -Tice dio un sorbo a su copa, y miró a Hevia a los ojos- era ponerse en invertido, con el compensador de profundidad totalmente hacía adelante, y lanzarse. Dudo que fuera capaz de hacerlo bien. Pero, por si esto fuera poco, el chico debía estar en buena forma para subirse a la pequeña balsa que llevamos en el avión, si era capaz de alcanzarla, y luego esperar que la balsa lanzada por el B-17 de salvamento no se alejara volando como ocurría siempre. Llegué a la conclusión de que la única forma de salvar al teniente Hall era aterrizar en Japón.

-Seguro que no te importó ser el primero en aterrizar en Japón, y fastidiar al general MacArthur, que se lo tenía reservado para él -rió el coronel Hevia.

-Tengo que admitir que en la tienda que hacía las veces de bar del club de oficiales, solíamos bromear con el primer aterrizaje en territorio de Japón – Tice lucía una amplia sonrisa, con el puro sujeto entre los labios, y unos ojos achispados de felicidad a la que contribuían el buen vino de Napa y las dos copas de Chivas. – Pensábamos en una toma y despegue, pero la guerra estaba ganada, y no queríamos morir como héroes, acribillados por las balas de algún loco amarillo. Cuando vi la pista de Nittagahara en mi mapa en la costa este de Japón, y desde el aire parecía segura, decidí que debíamos aterrizar allí.

-Otra vez, una arriesgada decisión, los japos debían estar muy cabreados – Hevia también comenzaba a lucir una sonrisa de felicidad.

-Así es, pero Kopecky y los otros tres aviones nos cubrirían las espaldas si la cosa se complicaba en tierra, mi plan era subir a Hall en mi avión y despegar rumbo a Okinawa – los dos cogieron sus vasos y salieron del Dryden Inn, un rojo atardecer dejaba entrever las primeras estrellas sobre Mojave. El aire era nítido y unas nubecillas coronaban el contorno del monte San Antonio.

-Recuerdo aquello que me contabas, cuando una tripulación de A-20 tuvo que aterrizar en Buna, en una playa de Nueva Guinea -Hevia encendió un cigarrillo – los japos les ataron a un árbol, les cortaron la cabeza, y utilizaron los cadaveres para practicar con la bayoneta.

-Por eso Hall me propuso que recibiéramos a los soldados japoneses de Nittagahara con nuestro revolver del 45 -Tice levantó la mano para rechazar un cigarrillo que le ofrecía Hevia – En realidad todos odiábamos a los japoneses, no era así con los alemanes en el teatro europeo. Un grupo de japoneses se acercó a unos tres metros, y los oficiales saludaron. No me resultó fácil devolver el saludo, pero lo hice, abriendo los brazos en señal de mi ignorancia de la lengua japonesa.

Siguieron hablando de aquella aventura, durante un buen rato, Tice consiguió comunicarse por señas, y los japoneses repostaron el avión de Hall. Así se convirtió el coronel Clay Tice en el primer americano en aterrizar en territorio japonés.

Al día siguiente desayunaron juntos, y el coronel Hevia cargó el maletero de su coche de alquiler, había cruzado Estados Unidos en un Cadillac 62 Coupe de color rojo. Tice le acompañó al aparcamiento, llevaba muy poco equipaje, se dieron un apretón de manos, que terminó en un abrazo.

-Bueno amigo -dijo Tice- ya sabes que en Palm Desert tienes tu casa, y un compañero para jugar al golf. Te queda poco en Washington ¿Que harás luego?

-Muchas gracias Clay, han sido unos días entrañables -dijo Hevia – me ha llamado el general Lacalle, creo que están decididos a comprar el 104, y creo que quieren darme el mando de Torrejón. Si vienes a España te debo una cena.

-Un buen destino para un gran piloto -dijo Tice – el primer español que voló el Focke Wulf 190, el primero que voló el Sabre y el primero en volar el F104 a mach dos. Nos veremos en Madrid, buen viaje.

El Cadillac aceleró y enfiló la salida del Centro Dryden, hacía el oeste, para dirigirse por Lancaster Bulevar hacía el norte. Al llegar a la interestatal 40 puso la radio, sonaba “Can´t Help Falling in Love” de Elvis Presley. Encendió un Marlboro y se repantingó en el cómodo asiento del Cadillac. Tardaría tres días en llegar a Memphis, y otros tres en llegar a Washington DC. Dejaría el puesto de Agregado después de la compra de los F-104, y de los F-5 que se fabricarían en España bajo licencia. Conseguir F-104G nuevos, fue uno de sus últimos éxitos como aviador para España. Nunca volvió a los Estados Unidos.

Bibliografía:

“Don Gonzalo Hevia Alvarez-Quiñones un testigo excepcional de nuestra historia aeronáutica.” Rafael de Madariaga Fernandez. Revista Aeroplano nº 3 Noviembre de 1985.

“Flying Buccaneers- the illustrated story of Kenney´s Fifth Air Force” Steve Birdsall. Doubleday&Company Inc. New York.

Fuente: