La revista Armas y Cuerpos de la Academia General Militar, ha editado un numero extraordinario con artículos, anteriormente publicados, dedicados a las Patronas de las armas y cuerpos, entre ellos destacamos el redactado por nuestro asociado el Coronel de Caballería D. Juan María Silvela Milans del Bosch , publicado en dicha revista en su numero 132 correspondiente al mes de abril/2017.
Santiago de España y del arma de Caballería Española
Una casa se empieza a construir por los cimientos y la prudencia aconseja que, antes de hacer reformas o arreglos, éstos deban ser reconocidos y, a veces, reforzarlos.
El edificio virtual de nuestro ser colectivo español se basa también en unos cimientos históricos, culturales y geográficos. Evidentemente, son conceptos en su mayoría muy abstractos en un amplio sentido y mucho más profundos que los cimientos de una edificación. En consecuencia, al nombrarlos, describirlos y analizarlos se siente la necesidad de expresarlos mediante símbolos.
Por otra parte, nuestra nación tiene una esencia dinámica que no se puede obviar. Por esta causa, sus símbolos representativos deben tener la virtud de poder ser proyectados hacia el futuro; es decir, han de significar también nuestros ideales y aspiraciones. Todo ello, sin menoscabo de nuestro sustrato histórico, cultural y social, pues el futuro difícilmente tendrá sentido si no está basado en el pasado. Al menos no sería fácil escoger un buen camino.
Por ello, es conveniente hacerse de inmediato la pregunta de si la hermosa tradición sobre Santiago debe ser reconocida y reforzada porque reúna estas condiciones, ya que contribuyó decisivamente al quehacer de España y puede tomarse como inspiradora de nuestro destino futuro, integrados en una nación, y como referente obligado de los pertenecientes al Arma de Caballería, dispuestos a servir a España según lo que indica nuestra Constitución.
Estudiar esta tradición y comprobar sus bases históricas no es tarea fácil. Diversas circunstancias contribuyen a ello. En primer lugar, por la preponderancia alcanzada por el Camino de Santiago en la mayoría de los estudios y publicaciones sobre este tema; así me lo reconocía el especialista en la tradición jacobea Millán Bravo Lozano, catedrático de latín de la Universidad de Valladolid. Después, la difusión frecuente de una información mezclada con leyendas, a veces confusa e incluso manipulada. También el interés en su desacreditación de determinados medios de comunicación. Finalmente, por lo que yo llamaría cierto secuestro gallego del asunto.
Sobre Santiago se presentan importantes cuestiones que aún no se han resuelto del todo. ¿Dónde fue enterrado? ¿Su cadáver fue trasladado a España? ¿Predicó en la Península? Para aproximarnos a estas cuestiones, hay que examinar detenidamente los hechos y las fuentes para comprobar si las vicisitudes del apóstol en la Península tienen base histórica y en qué medida podemos determinar su posibilidad y probabilidad, mediante criterios objetivos, evaluando la antigüedad, continuidad, autoridad y coherencia de las fuentes y los trabajos de arqueología realizados.
Según afirmaba el historiador Sánchez Albornoz, las apariciones bélicas de Santiago se inspiraron en el Apocalipsis, libro de contenido profético, escrito para animar a los cristianos ante las primeras persecuciones judías y las de Claudio, Nerón y Domiciano (81/96). Este último libro de la Biblia fue divulgado en España por los códices ilustrados llamados “Beatos”, designación que derivada de un monje del cenobio de San Martín de Liébana. El religioso, de este nombre, editó dos versiones del Apocalipsis, en los años 776 y 784, con explicaciones que denominó “Comentarios del Apocalipsis. Él fue quien dio la primera noticia de la predicación de Santiago en España en las dos ediciones citadas. Los manuscritos originales no se conservan y el convento, a partir del siglo XII, sería llamado San Toribio, su fundador.
El Apocalipsis es el evangelio de las esperanzas cristianas, escrito en género apocalíptico, deliberadamente oscuro, solo entendido por ellos; las siguientes generaciones de cristianos necesitarían ya la ayuda de los escritos de los grandes padres y doctores de la Iglesia para entenderlo. Es lo que hizo Beato en sus dos “Comentarios al Apocalipsis”, dando nombre a todas las ediciones posteriores.
El Apocalipsis es, además, un canto a la futura victoria del pueblo creyente que pide el castigo para aquellos que le están produciendo tantos sufrimientos. En España, durante el siglo X, se aplicaría a Almanzor que, con sus 56 expediciones, hizo sufrir terriblemente a los reinos cristianos de la península. No puede extrañar, por tanto, que se leyera en los cenobios, conventos e iglesias con profusión, aún más que los Evangelios.
Con el desarrollo de esta tradición jacobea, los cristianos españoles ya tenían un santo a quien recurrir, certificación del apoyo divino a la restauración de la monarquía visigoda. Pero necesitaban hacer objetiva y concreta la ayuda. Por ello, se produjo la simbiosis entre el jefe de las milicias celestiales del Apocalipsis (en realidad: Cristo) y Santiago. En el citado libro podemos leer: Vi el cielo abierto y allí un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Veraz, justo en el gobierno y en la guerra, verídico y con justicia juzga y hace la guerra y que la fi era y los reyes del mundo con sus tropas se reunían para luchar contra el jinete y su tropa (versículos 19,11 y 19,19). Se creó así un ambiente favorable para la inventio o descubrimiento del sepulcro, hallazgo que se efectuó posiblemente en la tercera década del siglo IX en el valle de Amaia, sobre un altozano boscoso llamado Libredon.
Sin embargo, Sánchez Albornoz afirmaba también que la devoción al Apóstol no tuvo la más mínima dimensión bélica en sus inicios galaicos. La leyenda de Santiago Matamoros se desarrollaría algo más tarde, en el siglo XII, cuando el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada escribió la historia del reinado de Ramiro I en su crónica De rebus Hispaniae. Este rey astur-leonés, fallecido en el 850, se negó a pagar el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas) que Córdoba exigía a los cristianos (leyenda con poca base histórica). La guerra se resolvió con la victoria de Ramiro en la batalla de Clavijo, disputada el 23 de mayo del año 844. Según el relato del citado arzobispo, Santiago se apareció al rey en sueños un día antes de enfrentarse a los moros para revelarle que, por designio divino, había sido nombrado patrón de las Españas y que le ayudaría si recurría a él en el combate. Por ello, Ramiro, en el momento crítico de la lucha, invocaría al apóstol con el grito: ¡Dios, ayuda a Santiago! Al instante, el apóstol, montado sobre un caballo blanco, se apareció tras una nube, dispuesto a luchar contra los moros, que serían vencidos. El relato es posiblemente la mitificación de la segunda batalla de Albelda; en realidad, un cerco a dicha localidad de La Rioja y se refiere seguramente al intento de romper la línea de presión cristiana a la ciudad en el Monte Laturce. Efectivamente, la arqueología ha confirmado que allí se produjo un duro combate.
En el siguiente siglo, un monje anónimo del Monasterio de San Pedro de Arlanza, escribiría el Poema de Fernán González, canto épico que describe con detalle el relato de la victoria del conde en la batalla de Hacinas; combate que duró tres días y cuya historicidad también ha sido discutida, porque difícilmente Fernán González pudo combatir contra Almanzor. Hay quien asegura que fue en esta batalla donde se invocaría por primera vez al apóstol con la expresión de ¡Santiago y cierra España!, grito que daría el propio conde. Sin embargo, en el poema solo se invoca al apóstol por su nombre. Aunque en otros relatos del siglo XIII de esta batalla se da primacía a San Millán, seguramente para reafirmar el llamado Voto de San Millán, santo que había sido considerado patrón y protector del reino castellano, el apóstol acabó por desplazarlo en la piedad e invocación de los cristianos. A partir de entonces, Santiago sería transformado en un capitán general que dirige a las huestes cristianas. Así lo afirmaba el catedrático de arte de la Universidad de Valladolid, Juan José Martín González, ya fallecido.
El grito tradicional de ¡Santiago y cierra España! no se ha podido averiguar cuando los cristianos lo empezaron a utilizar contra sus enemigos musulmanes del Ándalus. Algunos afirman que en la batalla de Las Navas de Tolosa, pero no hay datos seguros que lo certifiquen y temo que tal invocación al apóstol sea todavía más tardía. Tampoco aparece en el Cantar del mío Cid. A finales del siglo XIII, en uno de los romances de los Infantes de Lara, podemos leer:
Los infantes lo reciben
con sus adarmes y lanzas
¡Santiago, cierra, Santiago!
A grandes voces llamaban
que puede ser el inicio de la invocación.
El historiador René Quatrefagues recoge dos relatos, ya del siglo XVI, en los que se pide también la intervención del apóstol. Los reproduce en Los Tercios (Ediciones Ejército. Madrid, 1983). Asegura que, hacia 1567, antes de entrar en combate y después de la oración tradicional, efectuada rodilla en tierra, la formación estallaba con el grito tradicional de ¡Santiago, Santiago! ¡España, España! (página 435). El segundo lo sitúa en Gembloux (31/I/1577), donde Alejandro Farnesio, sin autorización de Don Juan de Austria, se lanzó al combate gritando Santiago y cierra España (nota 42).
La Caballería española aún conserva dicha invocación, asumida como lema propio y recogida también en la letra de su himno. A veces, no ha sido bien interpretada. Cerrar significa acometer, atacar o, incluso, cerrar el espacio entre la línea propia y la del enemigo. Su expresión correcta en español actual sería: ¡Santiago, y cierra, España! La conjunción copulativa tendría en este caso carácter inclusivo.
Mis lecturas sobre la tradición de Santiago acabaron por afianzarme en la convicción de que pudo venir a España y que incluso esté enterrado en Compostela; es, además de posible, probable. Desde luego, dispuso del tiempo necesario, pues desde la crucifixión de Jesús en el año 30 hasta la pascua del año 43, en la que fue ajusticiado, transcurrieron 13 años. En este artículo no puedo detenerme en describir todos los argumentos que me llevaron a aceptar su trasfondo histórico y asumir su patronazgo para España y su Caballería. Solo decir que las excavaciones han confirmado un culto cristiano intenso a una sepultura de una personalidad de los dos primeros siglos de nuestra Era. El edículo sepulcral estaba dedicado, en principio, a una dama y su construcción se ha datado en un tiempo comprendido entre los siglos I y II. Por otra parte, en 1879, López Ferreiro y Labín Cabello descubrieron en el ábside de la actual catedral románica, el cadáver de un decapitado, sin la apófisis mastoidea derecha, y dos restos humanos más, que serían de Teodoro y Atanasio, sus discípulos según la leyenda. El obispo Gelmírez había donado la citada reliquia del apóstol, a la catedral de Pistoya (Italia) en el siglo XI, lo que permitió su identificación.
Además, en las excavaciones realizadas entre 1946 y 1959 por Francisco Iñiguez, Chamoso Lamas y Pons Sorolla, bajo la dirección del obispo Guerra Campos, se descubrió la lápida sepulcral de Teodomiro, el obispo que certificó el descubrimiento. Recientemente, en 1988, fue hallado el tapón de una “fenestella” martirial con la inscripción en griego de Atanasio mártir, además de otras inscripciones arameas. Incluso, el sepulcro del Apóstol había estado cubierto con un mosaico de mármol, que, analizado por el profesor Isidoro Millán González-Pardo, lo dató de la segunda mitad del siglo II. La hipótesis priscilianista quedaba definitivamente desautorizada. Evidentemente, sería políticamente correcto decir que hay un 50% de posibilidades y probabilidades, pero no sería justo, pues la arqueología ha proporcionado datos que favorecen la base histórica de la tradición y las teorías en contra tienen una argumentación mucho más insegura.
Hoy en día, no son muy creíbles ni justificables cristianamente las apariciones milagrosas de un apóstol guerrero matando enemigos. Por este motivo siempre he evitado, en lo posible, la iconografía de Santiago Matamoros. Sin embargo en esta ocasión no hay más remedio que representarlo así entre las ilustraciones que acompañan a este artículo, pues el Arma de la Caballería española lo designó su patrón precisamente por considerarlo como era tradicional desde la Edad Media.
De esta manera lo debió de entender el Inspector General de Caballería, general Juan de la Pezuela, cuando pidió al Vicario General Castrense el 22 de enero de 1846 que nombrara a Santiago patrón del Arma (integrados ya los Dragones en ella). Hasta entonces, cada regimiento de Caballería y Dragones tenían el suyo propio.
Pero el arraigo de los patrones particulares era tan intenso que difuminaba la celebración del general. Nada menos que doce regimientos de Caballería y dos de Dragones tenían a la Inmaculada como patrona1. Esta situación obligó a que la reina regente, María Cristina decretase: para el arma de Caballería el exclusivo patronato del Santo Apóstol, designado ya el 30 de junio de 1846 por el Vicario General Castrense, a petición de ese centro (R.O: 20/ VII/ 1892).
A pesar de mis reticencias sobre Santiago Matamoros, razones para poner al Arma de Caballería bajo su protección sobran. Tanto él como su hermano Juan representan en los Evangelios a la juventud enérgica, deseosa de entregarse por completo a la misión encomendada. Además, es el apóstol que en su predicación se supone que llegó más lejos y el primero de los doce en dar su vida por la misión encomendada. ¿Quién mejor que Santiago puede personificar el espíritu jinete, tradicional de la Caballería española?
Con respecto a nuestra nación, el papa Urbano VIII decretó que el apóstol fuera el único patrón en el año 1630, pues hubo presiones para que compartiera el patronato con Santa Teresa de Jesús. Reinaba entonces Felipe IV y por medio estaba la discusión para mantener el Voto de Santiago2, muy discutido. Tanto Santiago como Santa Teresa tenían partidarios influyentes; Quevedo lo era del apóstol, pues pertenecía a la Orden de Santiago; de la santa, el conde-duque de Olivares, que tenía los hábitos de Calatrava y Alcántara.
Por supuesto, el nombramiento de Santiago como patrón de España por Urbano VIII era solamente el reconocimiento oficial, pues esta invocación ya había surgido a finales del siglo VIII en Asturias. Un himno litúrgico, “O Dei Verbum Patris” , dedicado al rey usurpador Mauregato, proclamaba a Santiago: Apóstol dignísimo, cabeza refulgente y dorada de España, defensor especialísimo y patrono nuestro; tal devoción sería aceptada sucesivamente por todos los reinos cristianos. En la edad moderna tampoco se dudaba de la tradición jacobea; Miguel de Cervantes hace que Sancho pregunte a Don Quijote porqué los españoles invocan al apóstol con el grito de “Santiago y cierra España” cuando entran en batalla. El caballero de la triste figura le contesta: mira, este caballero de la cruz bermeja se lo ha dado Dios a España por Patrón y amparo suyo.
Es ciertamente una tradición hermosísima, autorizada por la Iglesia, específicamente española, formada a su hechura… y… porque se necesitaba en el quehacer de España (Sánchez Albornoz). Sin embargo, esta especial circunstancia no ha sido obstáculo para su trascendencia más allá de los Pirineos: por un lado, certificó el empeño de los hispanos por ser europeos y cristianos, en frase de Julián Marías; por otro, Europa nació en la peregrinación y el cristianismo es su lengua materna, según afirmaba Goethe en 1749. En consecuencia, creo que debe ser respetada y tenida como un tesoro por todos los españoles. Además, el padre Villada escribía: Mientras no prueben con toda evidencia que sea falsa, será una temeridad y ligereza notorias abandonar esta creencia, que ha sido el nervio de nuestra historia y ha influido de una manera tan poderosa en la formación de nuestra nación, de nuestra devoción y de la devoción y piedad de Europa entera. Yo creo que no debe abandonarse nunca, aunque prueben que sea falsa, que no podrán.
Mi venerado Sánchez Albornoz no creía que fuera probable la presencia de Santiago en España y menos su enterramiento, pero, a continuación, escribía, que los efectos no hubieran sido distintos si tuvieran (los hechos) fundamento histórico o no. En descargo de su escepticismo sobre esta tradición, hay que decir que no pudo conocer los resultados de las últimas excavaciones y estudios arqueológicos, cada vez más favorables a la base histórica de la tradición jacobea.
Es una pena que hoy en día su patronazgo no sea aceptado por igual en toda España, cuando no hay porqué distinguir incompatibilidad entre esta distinción y la de los patrones particulares de determinadas regiones. Santiago representa el símbolo idóneo para expresar nuestro espíritu jinete y nuestro devenir histórico; es decir, de lo que somos como nación y de nuestros anhelos como jinetes de la Caballería española. Yo no dudo, por todo lo expuesto, en adheridme al lema de Ayuso Mazaruela: Estandum est pro traditione.
1.- Los de Caballería eran: Infante, Alcántara, España, Rey, Reina y Algarbe, Montesa, Olivenza, Luzón, Voluntarios de España, Bailén y Húsares Españoles. Y los de Dragones: Pavía y Villaviciosa. Los otros regimientos tenían por patrón: Farnesio a la Asunción, Borbón a la Virgen del Carmen, Príncipe a la Virgen del Pilar y Calatrava a Nuestra Señora de las Mercedes. Solo Santiago tenía al apóstol por patrón. De los demás regimientos de Dragones, Rey tenía a la Virgen del Pilar, Sagunto a la de Montserrat, Lusitania al Arcángel San Miguel, Reina a San Antonio de Padua, Húsares de la Princesa a San José de Calasanz, Talavera y Albuera no tenían patrón y Numancia a San Cecilio, uno de los siete varones apostólicos. Como caso curioso, los Dragones de Almansa, que tenía como patrona a Santa Bárbara.
2.-El Voto de Santiago se deriva de la leyenda sobre la victoria de Ramiro I contra los moros en la batalla de Clavijo a partir de un documento del siglo XII, que se demostró era falso, pero que hizo a la diócesis compostelana rica. El Voto de Santiago, sin repercusiones tributarias y sin privilegios económicos, se sigue reconociendo actualmente, mediante un acto religioso anual en la catedral de Santiago de Compostela, a la que acude el rey de España o alguien en su nombre.
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