LA CARRERA ESPACIAL ES COSA DE TRES: NUEVO SATÉLITE AVANZADO CHINO EN EL ESPACIO

En el blog de nuestro asociado el Alférez (R.V.) D. Luis Pérez Gil, Doctor en Derecho y Premio Extraordinario de la Universidad de La Laguna, ha publicado esta entrada sobre las capacidades espaciales de China, que por su interés se reproduce a continuación:

 

En la imparable carrera por el espacio la Agencia Espacial china acaba de poner en el espacio un satélite destinado a explorar las tecnologías 6G con la vista puesta en el desarrollo exponencial de la Internet de las Cosas (IoT). La entrada más reciente del blog reflexiona sobre las nuevas capacidades espaciales.

En el blog seguimos con interés los avances en la segunda carrera espacial protagonizados por las grandes potencias, tanto en el plano organizativo, creando nuevas agencias y organismos con competencias en el espacio, como en la puesta en servicio de avanzados aparatos y naves que consolidan su posición de supremacía exterior. Como hemos dicho en varias ocasiones, el resto de países le van a la saga porque no pueden seguir en ritmo de los avances que están produciendo los Estados Unidos, Rusia y China. La brecha entre estos y el resto es cada vez es más amplia y solo la Unión Europea en cooperación con la Agencia Espacial Europea puede disputar determinadas capacidades, como sucede en el campo del posicionamiento global, pero se trata de un esfuerzo concertado que requiere la suma de Estados, organizaciones intergubernamentales y empresas privadas y financiado con fondos europeos. Ningún Estado por sí mismo puede afrontar el coste de programas de esta magnitud. Pero, además, entre los primeros, existe una fuerte competencia. Mientras los Estados Unidos y Rusia colocan en el espacio nuevas constelaciones de satélites de comunicaciones, de posicionamiento global y de alerta temprana, China continúa probando avanzadas tecnologías comerciales, pero que tienen evidentes aplicaciones militares y su esfuerzo se ha centrado en el desarrollo del Internet de las Cosas (IoT).

Como muestra de ello, el 6 de noviembre de 2020 la Agencia Espacial china lanzó un cohete propulsor Larga Marcha-6 desde el Centro de Lanzamiento de Satélites de Taiyuan, en la provincia nororiental de Shanxi, que puso en órbita trece satélites espaciales y entre ellos el satélite  Star Era-12 o Tianyan-05 desarrollado por la Universidad de Ciencia y Tecnología Electrónica (UESTC) de China con

LM-2-Taiyuan-RPC

la finalidad de probar las tecnologías 6G -vídeo del lanzamiento disponible aquí– Además, según informaron las autoridades chinas el satélite está equipado con un sistema óptico de detección remota que permite realizar la vigilancia de cualquier evento desde el espacio. Esto significa que puede seguir tanto desastres naturales en su propio territorio como bases militares de otros países, puede captar imágenes y transmitirlas a la Tierra para su estudio o pueden ser difundidas, en función de sus propios intereses de seguridad nacional. En tiempo de paz estas actividades están permitidas y no pueden ser frenadas u obstaculizadas por ningún medio. Pero, en tiempo de guerra, los satélites espaciales -y las instalaciones terrestres asociadas- serán un objetivo prioritario en un enfrentamiento entre grandes potencias, porque su destrucción o anulación significará que no solo los jefes se quedarán sin capacidades de mando y control, sino que sus barcos y aviones no podrán navegar o volar con seguridad, que no podrán lanzar sus misiles de precisión y que sus medios terrestres quedarán inermes frente a la abrumadora capacidad de destrucción desde el aire que promete la nueva guerra posmoderna. Paradójicamente, aunque el espacio da a las grandes potencias unas capacidades nunca vista de control de la batalla, la pérdida de esas capacidades, más si se produce al principio del conflicto, significará una segura derrota. Por este motivo, es probable que, en algún momento las grandes potencias espaciales se sienten a negociar un tratado internacional que prohíba o limite la destrucción de los respectivos sistemas, una suerte de Tratado ABM de 1972 pero del espacio, en una nueva aplicación de los mecanismos de concertación entre grandes potencias destinados a garantizar el funcionamiento de la disuasión. Los Estados Unidos no querrán ni oír hablar de este tipo de acuerdos, pero una competencia desaforada, unos costes desmesurados y el peligro de la guerra podrán reconducir las voluntades hacia un nuevo régimen explícito que garantice la paz y la seguridad del sistema mundial.

Luis V. Pérez Gil
Doctor en Derecho con Premio Extraordinario
Universidad de La Laguna