El Instituto Español de Estudios Estratégicos publica un breve adelanto de lo que será la obra completa que presentará en 2020, año en el que el IEEE cumple su 50º aniversario.
Introducción
Francisco José Dacoba Cerviño, director del IEEE
Como ya es habitual, año tras año por estas fechas, en el Instituto Español de Estudios Estratégicos estamos ultimando la edición del Panorama Geopolítico de los Conflictos 2019. No estarán todos los focos de tensión y enfrentamiento, sería imposible, pero sí les ofreceremos análisis y perspectivas de algunos, no todos, de los más candentes. Tratando, además, de incluir alguno de los más desconocidos y no por ello menos importantes. En África, un entorno tan cercano, Somalia y Camerún suscitan nuestra atención en esta ocasión. En Oriente Medio, difícil descartar, pero necesario, nos quedamos en Irak. Las recurrentes disputas entre dos vecinos, India y China, a lo largo de su extensa frontera común nos trasladan a Asia. No podíamos dejar de mirar al continente hermano y por eso dedicaremos un capítulo a la situación de Venezuela. Y a las aguas próximas a este país, las del mar Caribe, que son escenario, también, de un intenso y preocupante tránsito de drogas y otros ilícitos por sus aguas.
Tampoco en la misma Europa faltan elementos de preocupación, como la situación en los Balcanes dos décadas después del fin de la guerra, la situación en Ucrania tras la anexión por Rusia de la península de Crimea y el persistente conflicto en la región fronteriza del Donbass, o los últimos acontecimientos en los que Turquía es protagonista destacado, concretamente su relación con la minoría kurda. Cerraremos esta edición con una amenaza, la del terrorismo yihadista, lamentablemente siempre presente a la hora de analizar la situación de conflictividad a nivel global.
En pocas semanas, ya entrado el nuevo año, les presentaremos el Panorama Geopolítico de los Conflictos 2019. Sirva este breve resumen como aperitivo a la espera de la publicación definitiva. Hasta entonces todos los componentes del Instituto Español de Estudios Estratégicos les deseamos lo mejor para 2020.
Somalia
Jesús Díez Alcalde
Desde 2012, Somalia avanza hacia la construcción de un proyecto nacional frente a un panorama de rivalidad política y social, agravado por la violencia yihadista de Al Shabaab —ahora también en lucha con las facciones de Dáesh en Somalia—, la lucha remanente entre los clanes somalíes; y también por las catástrofes humanas como las sequías, los desplazamientos forzosos o la inseguridad alimentaria. En la actualidad, el Gobierno federal se enfrenta a grandes retos en el ámbito político: consolidar un régimen descentralizado para Somalia con la anuencia de los Estados federales; atender a la reforma de la Constitución provisional de 2012; y, por último la celebración —como plazo máximo en 2012— de sus primeras elecciones democráticas con sufragio universal, aunque ya pocos —dentro y fuera de Somalia— lo consideran factible en los plazos establecidos.
Además, y de forma paralela, debe progresar en la reforma del sector de seguridad (justicia, seguridad interior y defensa) con el objetivo de asumir de forma autónoma la protección de su población y su territorio a finales de 2021, como se acordó en la Conferencia de Londres en 2017. Con la aprobación del Pacto de Seguridad, el Gobierno federal y Estados miembros federales se comprometieron por primera vez a implementar una Arquitectura Nacional de Seguridad sustentada, en cifras globales, por 18 000 militares en el ejército nacional y 32 000 policías. Además, contemplaba la retirada progresiva de la Misión Africana para Somalia (AMISOM) que debe consumarse en diciembre de 2021. Para conseguirlo, el Plan de Transición 2018 se constituye en la «hoja de ruta» que marca el ritmo en la consecución de estos objetivos, además de contemplar el planeamiento de las operaciones militares que lleven a la recuperación estatal de todo el territorio de soberanía.
En este contexto, el apoyo y la cooperación de la comunidad internacional, liderada por Naciones Unidas y la implicación absoluta de la Unión Africana, son determinantes. Más allá de otras acciones políticas y diplomáticas, el apoyo de Naciones Unidas a Somalia está a cargo de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Somalia (UNSOM) que, desde 2013, lidera y coordina el asesoramiento al Gobierno federal, los Estados federales y AMISOM en la consolidación de la paz, en los distintos proyectos políticos y en el cumplimiento del Plan de Transición. Por su parte, la Unión Europea —además de la cooperación en el ámbito político, económico y social— mantiene el despliegue de la Operación EUNAVFOR Atalanta contra la piratería, la misión de adiestramiento EUTM Somalia y la misión civil EUCAP dirigida a fortalecer la seguridad marítima en las aguas somalíes. A este esfuerzo se unen Estados Unidos, Reino Unido y Turquía que, ahora más coordinados con el resto de actores internacionales, se centran en la reforma del sector de seguridad; al tiempo que Somalia sigue siendo damero donde también se libra la crisis que enfrenta a los países del Golfo, cada vez más interesados en el valor estratégico de este país que compone una pieza clave de la seguridad y la estabilidad del Cuerno de África.
Camerún: la crisis que amenaza la integridad del país
Mª José Izquierdo Alberca
Camerún vive una crisis que amenaza la base sobre la que se ha construido el país. El proceso de unificación de las dos regiones heredadas de la colonización no se ha llevado a cabo de manera satisfactoria para la minoritaria región anglófona, que ha considerado que en los últimos años no ha estado bien representada.
El acceso al poder del actual presidente, Paul Biya, que desde 1982 gobierna el país ha estado acompañado de numerosas revueltas. A raíz de la protesta llevadas a cabo por abogados y maestros, han tenido lugar diversos incidentes, ataques, detenciones y muertes que han provocado una crisis social y política en la que la rivalidad política, el sentimiento de desigualdad de una parte del país y el radicalismo de algunos grupos han alcanzado una declaración de independencia de la región anglófona. Camerún, la nación productora de petróleo, cacao y madera que se encontraba entre las más estables de África central hasta hace unos años, entró desde el año 2016 en una espiral de protestas, represión e insurgencia de la que parecía imposible salir. La iniciativa gubernamental de convocar un gran diálogo nacional ha sido un paso importante para restablecer la paz.
La diplomacia francesa y los fuertes vínculos entre ambos países podrían ayudar a desbloquear la situación. El presidente Macron, con ocasión del encuentro del Fondo para el SIDA, la Malaria y la Tuberculosis en Lyon, instó a implementar el diálogo político después de la liberación del principal opositor Maurice Kamto. Unos días después, el jefe de la diplomacia gala, Jean-Yves Le Drian, prometió cooperar con Camerún para favorecer la descentralización y el estatus especial prometidos para las regiones anglófonas.
La convocatoria de elecciones legislativas y municipales previstas para febrero de 2020 puede devolver a la política un conflicto que se ha saldado con 3 000 muertos, más de medio millón de personas desplazadas, el abandono de la educación de 700 000 niños y que ha supuesto un grave deterioro de las condiciones de vida en estas regiones, además de convertirse en un gran desafío para la unidad territorial de Camerún.
El conflicto en Ucrania
Francisco Márquez de la Rubia
Para la mayoría de los lectores de este capítulo estoy seguro de que Ucrania aparece como un país joven que, a pesar de la carga de la historia, se ha lanzado a la construcción de una nueva democracia como parte del orden mundial surgido tras la caída del Muro de Berlín. Para el Kremlin, mientras tanto, ha seguido siendo una parte indispensable de una esfera de influencia de larga tradición. La diferencia entre estos dos puntos de vista explica en gran medida la situación actual.
Occidente ha eludido durante mucho tiempo preguntarse sobre el lugar de Ucrania en el orden euroasiático y su papel en la tensa relación entre Washington y Moscú. Aunque el final de la Guerra Fría marcó el final de una competición entre Estados, no marcó el final de la geopolítica. La disolución de la Unión Soviética tampoco significó la desaparición de las ambiciones y habilidades rusas. La Unión Soviética dejó de existir sobre el papel en 1991, pero su influencia no lo hizo. Los imperios no desaparecen en un momento, mueren de manera progresiva y siempre desordenada, negando su decadencia cuando pueden, cediendo sus dominios cuando deben, y lanzando acciones irrendentistas dondequiera que perciban una posibilidad. Y en ninguna parte son más claras las consecuencias del colapso soviético que en Ucrania, un país que padece los estertores del antiguo orden geopolítico en el continente euroasiático.
En 1991, tanto el último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, como el primer presidente ruso, Boris Yeltsin, pensaron que podían remodelar la Unión Soviética en lugar de disolverla. Promovieron la idea de una nueva forma de unión de las 15 repúblicas que la habían integrado. Creyeron que podían lograrlo sin dar a los ciudadanos una opción real sobre si querían permanecer o no en un imperio reformado. En el caso de los ucranianos, estos no tenían ningún interés en apuntalar los vestigios del imperio; querían la independencia absoluta. Sin embargo, sin Ucrania no habría un camino viable hacia una nueva unión: el intento tuvo poco recorrido.
La realidad es que Moscú nunca aceptó realmente esa independencia, sobre todo porque consideraba a Ucrania no solo como un elemento clave de su antiguo imperio, sino también como el corazón histórico y étnico de la Rusia moderna, inseparable del cuerpo del país en su conjunto.
Y mientras tanto, las decisiones de Occidente no ayudaban a asentarse a la nueva república eslava: las ampliaciones hacia el Este de la OTAN y de la UE (2004) pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de Ucrania que se encontró de repente en una forma particularmente dolorosa de limbo entre el Este y el Oeste.
Desde su ascenso al poder, el presidente Putin centró sus esfuerzos en reafirmar la influencia rusa en el espacio postsoviético, primero con medios políticos y económicos y luego utilizando la fuerza militar. La promesa de ampliación atlántica a Georgia y Ucrania en 2008 le convencieron de la imperiosa necesidad de una Rusia más asertiva en su esfera de influencia: la invasión de Georgia sería su reacción y su llamada de atención a Occidente.
Entretanto, los ucranianos seguían ansiando libertades y desarrollo: Revolución Naranja, Euromaidan, etc. Y esto a ojos de Moscú era un verdadero peligro en sus mismas puertas. Se vulneró todo principio del derecho internacional y las tropas regulares y paramilitares rusas tomaron el control de la península de Crimea. Rusia también lanzó una guerra híbrida en la región de Donbas, al este de Ucrania. El objetivo de Moscú parece claro: hacer necesaria la «federalización» de Ucrania, con cada una de sus provincias decidiendo por su cuenta las cuestiones de política exterior, porque eso significaría el fin de las aspiraciones prooccidentales de Ucrania y la posibilidad de una influencia directa de Rusia.
Ucrania se ha defendido con todos los medios a su alcance; como resultado Rusia convirtió su guerra híbrida en una guerra convencional enviando unidades regulares a la batalla. Los líderes europeos intervinieron para negociar los acuerdos de Minsk en septiembre de 2014 y febrero de 2015, proporcionando así un marco para el diálogo. Pero los combates continúan y se han cobrado cerca de 13 000 vidas entre soldados, miembros de unidades paramilitares y civiles. Millones de ucranianos se han convertido en refugiados y alrededor de cuatro millones de personas están ahora atrapadas en repúblicas separatistas no reconocidas, financiadas y respaldadas militar y políticamente por Rusia, pero que apenas sobreviven económicamente.
Dejar sin resolver durante décadas las cuestiones sobre Ucrania y su lugar en el nuevo orden internacional ha tenido el efecto de convertir al país en un escenario peligroso para la seguridad europea.
Yugoslavia y «yugonostalgia»: ¿Europa y «euronostalgia»?
Pedro Sánchez Herráez
Yugoslavia, país creado artificiosamente, supo finalmente constituirse como un poderoso activo para sus ciudadanos y un gran referente mundial; tanto que llegó a decirse de ella que constituía «el experimento afortunado».
Europa, la Unión Europea, también puede plantearse como un «experimento afortunado», pues permitió romper el ciclo de guerras europeas y posibilitó, e intenta seguir haciéndolo, el avanzar unidos en un camino común de paz y prosperidad compartida.
La construcción de un «experimento afortunado» cuesta, requiere tiempo, paciencia, generosidad, tener y creer en un proyecto común, comunicarlo adecuadamente y enseñarlo adecuadamente en las aulas. De tal forma que con el tiempo se consolide y permita la creación de algo más grande que la simple suma de sus partes, de algo que, en la actualidad, mucho más que hace unas décadas, cada vez es más necesario en este mundo global en el que la seguridad y la simple competencia económica requiere de unas escalas de dimensiones continentales.
Yugoslavia sufrió una serie de circunstancias, en el marco de una fuerte crisis económica, que propiciaron el surgimiento de nacionalismos que finalmente consiguieron quebrar ese espacio único, ese experimento afortunado; y las nuevas naciones que surgen de la destrucción de un gran país no solo no han cubierto sus expectativas, sino que la «yugonostalgia», la nostalgia de un pasado común, de un espacio único, crece en ellas, pese a las narrativas dominantes.
Europa, la Unión Europea, se enfrenta a un momento complejo. Una Europa unida supone ser un poderoso rival a batir en muchos ámbitos; por lo que, secularmente, por parte de los competidores, se han dado intentos de una no unión o de división, bien de forma exógena, por parte de las potencias de cada época de la historia, bien por cada una de las pequeñas piezas constituyentes de esa entidad mayor. Entidades que, acaudilladas por líderes cortos de miras y llevados por su egoísmo y afán de rapiña, instrumentalizan —o los hacen otros desde las sombras— cualquier opción que les posibilite mandar lo que en definitiva no son, en un mundo global con poderosas potencias, más que «mini-Estados». Estructuras como nuevos reinos de taifas en los cuales campearán a modo de nuevos señores feudales y, por lo cual, percibirán su «merecido tributo» de unas gentes que muy pronto, tras la euforia inicial, sentirán el desencanto de las expectativas y promesas no cumplidas y la penosa sensación de la oportunidad perdida y de muy difícil retorno. Tan peligrosas fueron para Yugoslavia dichas fuerzas como lo son ahora para Europa.
Estamos escribiendo en este mismo momento un capítulo de nuestra historia, capítulo que esperemos no se titule dentro de unos años «Euronostalgia». Y, para ello, es preciso trabajar activamente de tal modo que, ni fruto de las presiones internas ni externas, se consiga que ese capítulo llegue a existir. Por el bien de todos.
En caso contrario, la perspectiva es simple ¡Euronostalgia!
Conflicto de Venezuela: Bolívar se devalúa por mandato de Maduro
Andrés González Martín
Venezuela ha cosechado una avalancha de malas noticias durante el año 2019. El FMI, en sus estimaciones iniciales, fijaba una caída del PIB del 25 %, que acumulada con los datos de los cinco años anteriores suponía una pérdida de más de la mitad de la producción del país. En octubre de 2019, el FMI corregía sus previsiones y anunciaba que el PIB venezolano caería este año un 35 %.
La hiperinflación alcanza una magnitud inabordable. El bolívar ha dejado de ser un instrumento de depósito de valor, no tiene utilidad como medio de intercambio, ha dejado de ser una moneda de pago y una unidad de precio. El bolívar ya no es dinero y Venezuela camina hacia una dolarización desordenada, no regularizada por las autoridades monetarias. Actualmente, se estima que cerca del 50 % de la economía se mueve en dólares.
El sistema sanitario, el educativo, la seguridad ciudadana y el conjunto de servicios del Estado han colapsado. La Asamblea Nacional ha declarado el estado de emergencia migratoria, humanitaria, sanitaria, educativa, eléctrica y el estado de emergencia por el colapso de los servicios públicos en el estado de Zulia. Demasiadas emergencias que recaen sobre la vida cotidiana de una sociedad muy castigada. Prácticamente el 90 % de la población vive en la pobreza. El salario mínimo a mediados de 2019 era de apenas dos dólares mensuales, el más bajo de Iberoamérica compitiendo con Haití.
La producción de petróleo no ha dejado de disminuir. Venezuela produce ahora solo un 20 % del petróleo que producía antes de llegar Hugo Chávez al poder. En mayo, un huevo de gallina en Venezuela costaba lo mismo que 93 millones de litros de gasolina. Sin embargo, con el precio del combustible más bajo del mundo y con las mayores reservas de crudo, llenar el depósito es una tarea casi imposible. La escasez de combustible se debe a la práctica paralización de las refinerías.
En marzo, Nicolás Maduro declaró la activación de «planes de administración de cargas», imponiendo un racionamiento del suministro eléctrico. La discontinuidad del servicio eléctrico afecta al normal funcionamiento de los servicios públicos y del sistema productivo. Los fallos eléctricos no garantizan el suministro de agua.
La población ha empezado a votar con los pies. Cinco millones de venezolanos habrán salido del país a final de año y el ritmo es de 5 000 personas diarias. Venezuela vive una gravísima pérdida de capital humano, los más capacitados y preparados están abandonando el país si no lo han hecho antes.
Por su parte, el tejido empresarial y productivo del país está destruido. El régimen ha convertido la escasez y la necesidad en un instrumento de control político y social, transformándose en el principal problema de Venezuela y un factor de inestabilidad para la región.
Posiblemente, una de las pocas buenas noticias del año es que Juan Guaidó sigue vivo, no está detenido, puede hacerse oír y sigue liderando una oposición unida frente a Maduro.
El mar Caribe, el narcotráfico y los nuevos piratas
Mª Luisa Pastor Gómez
La ruta marítima del Caribe constituye, junto con la del istmo centroamericano, una de las dos fundamentales para el tráfico de droga en América, al estar ambas situadas entre los principales países productores de cocaína —Colombia, Perú y Chile—, y los mayores mercados consumidores, —los Estados Unidos y Europa—. La especial ubicación entre la oferta y la demanda, unida a las peculiaridades de los países y colonias que conforman la cuenca del Caribe, así como a las facilidades para el lavado de dinero que ofrecen, son factores que convierten esta vía en especialmente atractiva para los narcotraficantes.
Asimismo, se ha detectado en Colombia en los últimos años un importante aumento de la producción de cocaína y, con ello, la búsqueda de nuevos mercados por parte de los cárteles colombianos, quienes han preferido dejar el grueso del mercado estadounidense en manos del narcotráfico mexicano para centrarse en otros objetivos, ahora más lucrativos, como son Europa o África Occidental.
El tráfico hacia el Caribe también se ha visto potenciado por la permisividad y/o la falta de control del narcotráfico por parte de las autoridades de Venezuela, así como por el contexto de crisis social y de pobreza que vive este país, lo que ha provocado la incorporación de muchos venezolanos a este mercado ilícito como único modo posible de subsistencia. Esto último ha alentado, a su vez, el despertar de la práctica de la piratería promovida por los narcotraficantes, quienes, con el fin de despejar las rutas marítimas y adueñárselas para la satisfacción de sus intereses, mueven esta mano de obra de bajo costo para sembrar la violencia y la extorsión, lo que ha deteriorado sensiblemente la seguridad en la zona.
Ningún país de América Latina y mucho menos las pequeñas islas de Caribe podrán acabar en solitario con esa lacra. Esos Estados son muy vulnerables y carecen de medios suficientes para llevar a cabo esta lucha. Sobre todo, ante el equipamiento y los medios de transporte cada vez más sofisticados de los cárteles de la droga, dificulta su captura y hace cada vez más necesario el incremento de la ayuda externa —tanto económica como de especialización y de intercambio de información para perseguir el delito—, además de políticas coordinadas entre los propios países caribeños que potencien sus capacidades.
Teniendo en cuenta que el narcotráfico se mueve única y exclusivamente por el afán de lucro, sería muy conveniente no solo vigilar la oferta, sino endurecer sensiblemente las políticas de vigilancia del dinero mediante la acción transnacional coordinada en la investigación de cuentas bancarias, el control de las fronteras y la limpieza y fortalecimiento de las instituciones estatales. Dicha tarea se hace cada día más urgente, toda vez que una de las principales consecuencias del narcotráfico es el aumento de la actividad criminal y el alto número de homicidios existentes en la zona.
El terrorismo en Turquía y el PKK
Felipe Sánchez Tapia
El 15 de agosto del presente año se cumplieron 35 años del asesinato de tres gendarmes a manos de militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Partiya Karkeran Kurdistan –PKK, por sus siglas en kurdo) en el sureste de Turquía; el primero de una serie de atentados y enfrentamientos armados que, finalizando 2019, han provocado ya cerca de 50 000 víctimas mortales entre miembros de las fuerzas de seguridad, personal civil y militantes del PKK.
El conflicto abierto entre el Estado y el PKK vive en estos momentos uno de sus periodos de mayor virulencia. El Gobierno, tras varios intentos frustrados de alcanzar soluciones negociadas, ha optado por la derrota militar sin condiciones, por el aplastamiento del PKK hasta su completa desaparición y por su inhabilitación como interlocutor válido para alcanzar cualquier solución negociada. La presión policial en el interior del país es enorme y no lo es menos la militar en el norte de Irak y Siria, donde se llevan a cabo operaciones encaminadas a erradicar la presencia del PKK, en el primero de los casos, y a limitar la del PYD, filial siria del PKK, en el segundo.
La estrategia actual del Estado turco pasa por establecer una clara separación entre la organización terrorista por un lado; y las reivindicaciones legítimas de la minoría kurda para el reconocimiento de sus peculiaridades por otro. Los aspectos identitarios del conflicto han pasado al formar parte integral de su resolución y el Estado, consciente de ello, ha hecho gestos considerables a lo largo de los últimos años. Aún con todo, la prudencia se impone a la hora de realizar concesiones a movimientos o partidos nacionalistas. Como experiencias ajenas han venido a demostrar en multitud de ocasiones, el riesgo de dar paso a una interminable espiral reivindicativa es bien real.
En las circunstancias actuales, la reapertura de un nuevo proceso de paz es incierto. Aunque aquí, las posturas del líder Ocalan y el mando del PKK en Qandil no son coincidentes; conseguir de Ocalan un llamamiento al alto el fuego que pudiese desembocar en un cese permanente de las hostilidades entra dentro de lo posible. Pero su aceptación por Qandil es más difícil de prever. Entre otras razones porque las conexiones con el crimen organizado introducen una nueva dimensión al conflicto que complica enormemente la búsqueda de una salida negociada. Para muchos, el conflicto ha perdido gran parte de su carácter reivindicativo para convertirse en un medio de subsistencia, en un modo de vida.
En estas condiciones, el final del conflicto se presenta esquivo; y aún en el caso de que, finalmente, la paz llegara a imponerse, las heridas producidas en el tejido social son de tal profundidad que sus consecuencias se dejarán sentir durante generaciones.
Irak
José Ignacio Castro Torres
Tras la anunciada derrota militar del Dáesh en 2017, este se encuentra muy lejos de desaparecer. Sobre el terreno, la organización se ha replegado a determinados santuarios donde las fuerzas de seguridad iraquíes no son capaces de actuar. Algo parecido ocurre al otro lado de la frontera en Siria, donde además la permeabilidad del desierto de Jazeera permite el trasvase de fuerzas y el contrabando de mercancías entre ambos Estados.
Por otra parte, existe la actuación encubierta que el grupo terrorista ejerce sobre la población civil, ya que la capacidad para infiltrarse entre esta y la habilidad para trasladarse de un lugar a otro facilita las acciones de proselitismo, amenaza y castigo. Se han dado casos en que líderes tribales sunitas han sido asesinados delante de sus pueblos por no haberse sumado a las filas del Dáesh.
Irak se halla en una situación en la que el sectarismo y las diferencias entre comunidades han sentado las bases para el retorno de la insurgencia. Además, la población se encuentra hastiada de la ineficiencia de su Gobierno, por lo que muchos jóvenes sunitas desencantados son el caldo de cultivo para la captación por parte de la insurgencia.
En Siria, continua la lucha entre las fuerzas rebeldes y gubernamentales, a lo que hay que añadir la intervención turca en el norte del país. Al perder los kurdos el control efectivo de la zona, muchos de los antiguos combatientes del Dáesh que se encontraban encarcelados han escapado de sus prisiones. La aparición de nuevos refuerzos en áreas de apoyo tradicional a los insurgentes ha constituido un verdadero catalizador para el retorno de la insurgencia.
Por su parte, las potencias globales y regionales siguen pugnando por ocupar un espacio hegemónico en un conflicto que se prolonga en el tiempo, con el trasfondo de la explotación de los recursos petrolíferos.
Es destacable el repliegue estadounidense de la zona, abandonando el norte de Siria y trasladándose a las áreas próximas a los yacimientos petrolíferos. Este repliegue ha permitido la referida intervención turca y que Rusia ocupe este vacío de poder.
La reducción de recursos de la Operación Inherent Resolve es muy significativa. Uno de los principales apoyos proporcionados por la coalición son los denominados medios ISR, de reconocimiento y vigilancia del campo de batalla principalmente con aeronaves no tripuladas. Al trasladar los estadounidenses muchos de estos medios al golfo Pérsico, debido a las tensiones con Irán, las operaciones de las fuerzas de seguridad iraquíes han pasado de ser simultáneas a sucesivas, lo que proporciona un verdadero balón de oxígeno para la reorganización de la insurgencia.
De nuevo este vacío de poder se llena con el empuje como potencia regional de Irán, que mediante el empleo de fuerzas infiltradas y milicias afines se constituyen como garantes de la seguridad de los chiíes de la zona, haciendo perder la credibilidad de las tropas internacionales.
Ante la población civil de la región, agotada por el sufrimiento de años de conflicto, se abre un futuro incierto en el que el espectro de un repunte en la violencia es una amenaza cada vez más creíble.
Conflictos en la frontera chino-india
José Mª Pardo de Santayana y Gómez de Olea
India y China son dos Estados que proceden de civilizaciones muy antiguas y que tienen la ambición de jugar en la escena internacional un papel acorde a su historia, a su potencial y, sobre todo, al tamaño de sus poblaciones que juntas suman algo más de un tercio de los habitantes del planeta. El asunto fronterizo ha condicionado la relación entre ambos gigantes asiáticos, dando lugar a una gran desconfianza entre Pekín y Nueva Delhi y a una relación ambivalente que a menudo se ha descrito en términos contradictorios que va desde el conflicto y la contención hasta la competencia y la cooperación.
La disputa geoestratégica entre el Imperio británico y el zarista determinó los límites fronterizos entre la India y China que, en 1947, con la independencia Nueva Delhi asumió como propios y Pekín en 1949 no quiso aceptar por su origen colonial. La disputa fronteriza ha contaminado desde entonces la relación entre las dos potencias. Para China, se trataba de proteger las estratégicamente sensibles regiones del Tíbet y de Sinkiang, mientras que para la India era una cuestión de afianzamiento nacional tras el traumático fraccionamiento en dos Estados desde el mismo momento de la independencia. Pekín estaba dispuesto a ceder en Arunachal Pradesh a cambio de asegurarse la desolada región de Aksai Chin, territorio clave para enlazar por carretera la región de Sinkiang con el Tíbet. En 1962, las tensiones acabaron desembocando en una breve guerra. India fue completamente derrotada y Pekín, que devolvió la parte del territorio de Arunachal Pradesh que había conquistado, aprovechó la circunstancia para asegurase el control sobre Aksai Chin.
Desde los años 80 del siglo pasado, ambos Estados han ido estrechando sus relaciones económicas y comerciales y, de no ser por el conflicto fronterizo, habrían acercado a Pekín y Nueva Delhi en el concierto internacional. Desde principios de siglo, la creciente ambición china ha propiciado el aumento de los incidentes fronterizos. El lanzamiento en 2013 del proyecto de la nueva Ruta de la Seda tiene para la India una doble perspectiva: podría servir a sus intereses de desarrollo comercial y de atracción de inversiones internacionales. Sin embargo, prima la preocupación por ver el país rodeado de presencia china en todas las direcciones. Especial causa de controversia se deriva del Corredor Económico China-Pakistán que une la región china de Sinkiang con el océano Índico y atraviesa el territorio de Cachemira administrado por Pakistán y que Nueva Delhi considera propio.
Las recurrentes disputas fronterizas lastran en la actualidad el ambicioso proyecto de Modi para dar a la India un perfil internacional acorde a sus características geopolíticas y su proyección de futuro. En 2017, la disputa en la región de Doklam ha elevado la relevancia estratégica del conflicto fronterizo.
Cada vez se dibuja con más claridad un alineamiento cuadrilateral entre EE. UU., Japón, Australia y la India que pretende contrarrestar la pujanza geopolítica de China. La India se ha convertido, con ello, en un actor relevante en el gran escenario regional, dejando atrás muchas décadas de ostracismo internacional. En el futuro la evolución de las relaciones entre Pekín y Nueva Delhi será uno de los principales vectores que determinarán el orden regional asiático y, por ello, en gran parte también del mundo. El conflicto fronterizo chino-indio, por menor que nos parezca, podrá tener una incidencia determinante en el gran tablero global.
Al Qaeda y el yihadismo
Federico Aznar Fernández-Montesinos
La aparición de un grupo como Al Qaeda ha dinamizado un tipo de terrorismo normalizando palabras como yihadista y generando una suerte de «alqaedismo». Estamos ante un espacio amorfo que alberga una internacional islamista en la que la fraternidad islámica trasciende toda diferencia y objetivo inmediato.
La atrición de Occidente ha ocasionado la centrifugación y el achatamiento de estructuras de la organización matriz, haciendo que pierda capacidad de coordinación y mando sobre sus filiales, privándola de la iniciativa y minorando su relevancia mediática hasta dejarla por completo fuera de los noticieros. Se percibió entonces su debilidad e inoperancia.
El 11-S que había servido como factor de legitimación y generado hasta un efecto llamada, no respondía a las capacidades militares reales de la organización y quedó como un tótem.
Existe una evidente falta de conexión entre la agenda de Al Qaeda y sus capacidades «militares» reales, entre sus objetivos y los medios de que dispone. Su actuación la desarrolla simultáneamente en una doble dimensión no del todo desalineada en la que se aúnan simultáneamente terrorismo e insurgencia.
En primer lugar, tratando de erigirse en representante del islam, lo que supone la convalidación de su propuesta religiosa. Fruto de ello es una violencia horizontal dirigida a la transformación de la sociedad; y una violencia vertical, terrorista, que sirve igualmente al propósito anterior, dirigida contra Occidente y, por ende, contra los líderes políticos locales a los que consideran sus representantes en tanto que no aplican en su totalidad las normas islámicas.
La doble dimensión del terrorismo se manifiesta en la estrategia actual de Al Qaeda que, a nivel intraislámico, trata de beneficiarse de la situación de debilidad institucional y social provocada por las Primaveras Árabes; y, a nivel supra, manifiesta su compromiso mediante el empleo de los denominados «lobos solitarios». Lo que a su vez se traduce a nivel local en una instrumentación de la violencia para fines operativos reales en una insurgencia dirigida contra el poder establecido mientras que, a nivel global, su uso es fundamentalmente instrumental y mediático.
Los debates entre afrontar el «enemigo cercano» o el «enemigo lejano» conforman fundamentalmente estrategias de elección de la matriz y grupos filiales. En la práctica, el «enemigo lejano» ha quedado manifiestamente relegado a operaciones testimoniales cuando no a la acción de actores individuales (lobos solitarios). La dimensión local predomina claramente sobre la global. No obstante, la violencia dirigida contra los propios musulmanes es una vulnerabilidad estratégica por su sobreutilización.
El aparente paréntesis operativo en el que la organización se encuentra y el análisis que haya hecho, probablemente le habrá indicado la escasa utilidad práctica del terrorismo llevado a cabo por actores individuales y la necesidad de volver a los grandes atentados contra Occidente como eje fundamental de su proceder. Al Qaeda, sin duda, y si alguna vez ha dejado realmente de intentarlo, estará tratando de obtener armas de destrucción masiva con las que volver a actuar con vistosidad frente a Occidente y ganar de nuevo espacio mediático.